04 Oct 2011
La vanidad es una fuente de perturbación muy grande en la vida particular, pero en la vida social es un mecanismo perverso. ETA ha perdido su criminal batalla y ahora busca como disimular su fracaso con dilaciones tratando de obtener una dignidad de batalladores patriotas que nunca tuvieron. El sistema financiero ha fracasado también y, de nuevo, la vanidad es un obstáculo a la solución del profundo pozo en el que nos van a meter. Se quiere mantener el tipo tratando de salvar lo particular cuando, ahora, solo interesa lo general. Bancos ambiciosos a los que, por fin, se les descubre el balance con el activo podrido. Banqueros que quieren vivir el resto de sus días con la dignidad impostada de la riqueza en islas protegidas tratando de olvidar con lo sustraído como vulgares estafadores que siempre encuentran el modo de dormir tranquilos porque, en realidad, no son comprendidos. Políticos que no soportan reconocer lo que ya sabemos todos: que son seres humanos incompetentes que aceptaron responsabilidades para las que no estaban preparados. Financieros que ponen cara de palo ante las únicas comisiones de investigación (en USA) que los han sentado para pedirles explicaciones y dicen aquello de «no era consciente». Expresión que todo el mundo sabe que se inventó en España, como las guerrillas, la fregona y la siesta. Vanidad que obstaculiza la comprensión de la naturaleza de las soluciones, que no puede ser otra que estar a la altura del problema. No hay que salvar bancos para que nos financien. Hay que dejara que se hundan bancos y recogerlos nacionalizados para una gestión global de un problema global. Los políticos europeos tienen miedo porque lo único que no está a la altura del problema es su voluntad y su inteligencia. Se debe concentrar el capital y el riesgo. Sanear, castigar, depurar por parte de una autoridad europea democrática y centralizada y luego, cuando de nuevo sea imposible que alguien pida desregulación financiera sin que sea esposado, entonces de nuevo se podrá dinamizar la economía dando (sin confianza) carrete al actor individual. Ese cuya codicia parecía que era el motor del mundo- ¡Estúpidos!