25 Sep 2011
El espectáculo lamentable de Obama anunciando el veto a la petición palestina de constituirse en estado es la prueba enésima de que los políticos que aspiran a ser reelegidos se marcan ellos solos. Otros ejemplos son los pactos contra natura de Aznar con Arzalluz, cuando estaba en su primer período, o el empecinamiento de Rodríguez Zapatero en una política a la alemana, cuando, a pesar de su tardío juramento de que ya hacía años que había decidido dejarlo, aún esperaba que brotaran las palmas que lo llevarían al éxito electoral en 2012. Siempre he pensado que dos mandatos es lo razonable para llevar a cabo un proyecto, pero estoy empezando a convencerme de que no es así por culpa de la presión para ser reelegido, que es más fuerte que cualquier convicción. Las políticas más nítidas se advierten en los mandatos finalistas y, probablemente por eso, por el peligro de un presidente sin ataduras, se inventaron los americanos la leyenda del «pato cojo» para neutralizar su capacidad de acción. Naturalmente no se propugna un modo de gobernar salvaje y radical, sin ataduras ni ideológicas ni racionales. El programa de promesas asociadas a la elección es el límite de su acción. Si Obama gana con unas propuestas, no podemos permitir (qué presunción) que su pasteleo humillante actual deje colgados de la brocha a sus votantes, que convencerían a sus vecinos de las bondades éticas y políticas de su apoyo al primer presidente negro. De nuevo las políticas de progreso social muestran menos vigor que las de regreso social. El político de izquierdas tal parece que una vez que su rango le proporciona los atributos de los ricos, se transforma y «empieza a entender». Entender que la vida es dura y que mantener a tanta gente con el propio sacrificio tiene un precio y muy alto, como ya hace tiempo que saben los dirigentes financieros, cuyos desvelos debe ser objeto de reconocimiento de por vida, como ellos mismos, se encargan de traducir en sueldos y jubilaciones obscenas. Remato: un sólo mandato para dotar a los presidentes de gobierno de un mayor grado de libertad al comprender que la historia los juzgará por el su fidelidad a las promesas en un tiempo relativamente corto. Lo suficientemente corto como para que no olviden el entusiasmo inocente de los que lo llevaron al poder.