08 Oct 2011
El tiempo es una ficción útil que nos sirve para vernos en una cita casi imposible en una cafetería situada en unas coordenadas de una bola que gira enloquecida sobre sí misma y alrededor de una estrella no menos demente en continua combustión. Una ficción, pero útil. Esta ficción, sin embargo, se ha convertido en un fetiche para los tenedores de capital que se la han creído y, desde ese momento, ya no soportan que esa ficción les robe «su dinero». En efecto, el excitante efecto que produce el tiempo en ellos se traduce en la necesidad compulsiva de que su dinero crezca como si respondiese a los mismos principios de un vegetal o un organismo. Ese crecimiento tiene que ser indefinido. Sufren si tal crecimiento se interrumpe. En cuanto deciden una inversión ya están perdiendo dinero porque su voluntad debería ser satisfecha inmediatamente para que su dinero no se congelara en proceso de construcción de una plataforma petrolífera o en un conjunto de dúplex en una colina. De repente el tiempo devora su dinero y los responsables del proceso lo están robando al no ir más deprisa. Lucro cesante le llaman. ¿Cómo se quitan la ansiedad por el tiempo? con un mecanismo que se impregna de todos sus miedos: el interés. Una vez que se pone un interés el tenedor del dinero ya puede descansar. Ahora su dinero está a salvo. Pues todas las leyes de los hombres están a favor de que los intereses sea pagados o se responda con la vida y la hacienda. Una vez que se tiene el dinero colocado al interés correspondiente (el más alto posible) molesta un detalle: la inflación. La inflación es el resultado de que cada modesto actor económico quiere ser cómo sus héroes triunfadores y siempre que pueden suben los precios. En realidad la presión para subirlos viene de un cuarto oscuro en el que los intermediarios juegan al póquer con materias primas de todo tipo con el oído atento a las necesidades o a las adicciones. La inflación molesta porque corroe, como en el verso de Góngora, el beneficio con el que los intereses calmaban el miedo al tiempo. De este modo, el interés es la garantía del futuro (otra ficción) y la inflación el perverso mecanismo que socializa los que es solamente de ellos. De modo que sus vidas se resume en tres actos, conculcar la ley para acumular dinero, prestarlo a interés y luchar contra la inflación. Esto último es lo más difícil pues no depende de ellos, Para eso hay que influir sobre políticos y gobernadores de bancos centrales y eso requiere un esfuerzo de seducción al que se han aplicado los últimos veinte años. Y lo han logrado. Ahí está Trichet manteniendo los intereses para limitar la inflación y los gobiernos trabajando para que los gobiernos y los ciudadanos devuelvan sus deudas sin romper el pacto con el tiempo. Es decir, sin que se ponga en peligro el ritmo al que van a cobrar. El tiempo le obsesiona. En su nombre lo sacrifican todo. Si te retrasas en pagar estás alterando el universo, hundiendo los fundamentos telúricos. La vida de las persona no cuenta. Cambiar los ritmos de amortización es una traición. No se puede alterar el orden cósmico de las cosas, la devoción al dios Cronos. Pues sí se puede, sólo es cuestión de legislar. Se legisla que el tiempo se pare, porque como queda dicho el tiempo es una ficción útil que se ha convertido en una pesadilla. Así pues, ¡parad el tiempo!