Las burbujas mentales


09 Oct 2011

Ante la ola de fascinación colectiva producida por la muerte y los logros de Steve Jobs, que hasta sus compañeros de Apple han querido aprovechar presentando prematuramente una versión evolucionada de iPHONE tengo que mostrar (dolorosamente) mi perplejidad. Todo mi respeto para la persona a la que no conozco y de la que, por tanto, nada tengo que decir. Pero su aportación a la humanidad es la estetización y facilitación funcional de un aparato a mayor gloria de un negocio basado en la necesidad de la gente de parecer a la última y olvidar sus desgracias entre conversaciones banales y fotos comprometedoras. Cuando oigo hablar del logro de conseguir que una empresa de 10 millones de dólares pase ser valorada en 7.000 millones no alcanzo a comprender el mérito. Para empezar estas valoraciones son ficticias, como estamos aprendiendo a golpes. Pero, además, el producto objeto del negocio forma parte de esos trucos actuales para entretener incautos y crear plataformas para la publicidad masiva y pegajosa. Colores, formas y esbeltez que consiguen que un desgraciado deje de comer bien para tener uno. Por tanto, burbujas mentales más que económicas. El producto es tan ligero en su calidad humana que nace perecedero, pues se sabe que su fascinación tiene una vida limitada a la espera de la siguiente sorpresa del mago. Mundo de niños con pelo en pecho y niñas hechas y derechas.

Por otra parte, su discurso de 2005 en Straford ha agrandado el mito, al parecer por la profundidad de sus propuestas (esta mañana Monserrat Domínguez decía en la SER que lo debía escuchar nuestros hijos). Veamos las propuestas. La primera se refiere a la universidad y su carácter inane para el éxito. Eso lo dice un hombre que no sabe programar ni posee las más elementales técnicas para materializar sus ideas. Ideas que son desarrolladas por otros que sí han pasado por la universidad, claro. No me quejo de que gente con ideas pueda implantarlas (sería una estupidez por mi parte), sino de que eso se relacione con no haber estado en la universidad. Lo que ocurre es que la capacidad de la informática para que una idea sea convierta en actos atrae a los que tienen visiones. Pero lo que afirmo es que hay visiones y visiones. El inventor de los microcréditos o el fundador de Médicos sin Fronteras no goza de éste aura. La fama de Jobs está basada en la popularidad de lo banal, que es compatible con la utilidad profesional de la tecnología. Respecto de el carácter movilizador de los despidos (él usa el símil de un golpe con un ladrillo) es de lo más discutible. Su despido fue de tal calibre que le permitió comprar una empresa por 10 millones de dólares. De modo que nadie se engañe, no se estaba refiriendo al parado que nosotros conocemos y los que vamos a conocer. Es un discurso para jóvenes hijos de los que estaban forrándose en la Calle del Muro en esa época. Por fin, su alegato sobre la muerte, después de su recuperación (desgraciadamente temporal) de su cáncer de páncreas, es, en tanto que metáfora inspiradora para la vida, plenamente darwinista. Que la muerte sea el mejor invento de la vida para renovar lo viejo no es una idea a la altura de Steve Jobs. La muerte es consecuencia de la incapacidad de la naturaleza para preservar la funcionalidad, pero la inteligencia lo logrará. La intuición más poderosa es la de seguir vivo. Nadie quiere morir, ni siquiera los que dicen creer en la prolongación de la vida tras la muerte. ¡Claro! porque los estratos más profundos de su mente les habla con más claridad que la ideología en la que se educaron. Si el cuerpo falla, la mente se puede acabar resignando, pero su aspiración de permanencia es de los sentimientos más nobles y radicales. El juego eterno de los genes puede ser idealizado, pero seguir vivo es la verdadera oportunidad de ser mejor y hacer mejor al mundo. Que nadie se tome la molestia de hacer números y tirármelos a la cara porque sé que la muerte es buena sólo porque es inevitable. Si creemos en la redención del penado con razón, por qué no en la nuestra.

Una burbuja mental es el crecimiento aparentemente indefinido de nuestras ilusiones. En una burbuja mercantil se hace creer a la gente (pobres o ricos) que les merece la pena endeudarse para adquirir algo que no pueden pagar y así provocar la transferencia del dinero de los prestamistas a los promotores de la mercancía hipervalorada por la demanda compulsiva creada. Los productos de Jobs generan burbujas mentales (la perpetua renovación), que se transforman en mercantiles en otros ámbitos y explotan cuando el compromiso de pago por la ilusión se hace imposible y los perpetradores ya han puesto a buen recaudo el beneficio. Steve Jobs, descanse en paz.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.