24 Ago 2011
Se trata de describir un episodio, por lo que de ilustrativo tiene para las actuales relaciones Goliat-David, o sea, grandes corporaciones-ciudadano normal. En unos grandes almacenes encargo un producto que requiere un plazo de tiempo para su elaboración, lo pago con Visa en el acto y unos días después, en comprobación rutinaria, veo el cargo en el extracto del crédito de mi tarjeta. Al recoger el producto se observa un error en el precio: he pagado de más. En consecuencia, el dependiente procede a hacer un abono de la cantidad pagada y el trámite se produce sin incidencia; a continuación, trata de hacer el nuevo cargo que es de 5.000 pesetas menos. La operación es denegada por falta de crédito. ¿Qué ha sucedido? La que sigue es mi explicación, si Visa tiene otra mejor que me lo haga saber: en román paladino, cuando el empleado hace el abono, el gran almacén devuelve mi dinero a Visa, que lo acepta. Cualquiera pensaría que mi crédito ha aumentado en la misma cantidad que el abono. No, el abono va al limbo, y mi tarjeta, que ya tenía su crédito exhausto (soy buen cliente) y situado en una cantidad inferior a la del nuevo cargo, no lo puede cubrir (con lo que la farsa se manifiesta). Pregunta: si a la hora de hacer el cargo toda la red mundial de telecomunicación se activa para hacerle saber a la terminal del gran almacén que el crédito de mi tarjeta no alcanza, ¿por qué no se activa, aunque sea la red local y con baches para informar, al lugar donde mi crédito resida, que el gran almacén devuelve una cantidad mayor? Corolario: si lo sublime de Kant es concebir lo irrepresentable, he aquí una situación no pensada por don Manuel: representar lo inconcebible. O, al sencillo modo: la ley del embudo.