24 Ago 2011
La situación política actual lleva a la preocupación por la solvencia de la clase política por razones muy distintas a las que preocupaban hace bien poco como la corrupción o las posiciones ideológicas respectivas. Pero también empieza uno a dudar de la inteligencia de nuestros admirados ricos. Emerge un principio de perplejidad provocado por la ausencia de lo que es más necesario en las democracias no tecnocráticas: la prudencia de los políticos y la astucia de los bussinesman. Los políticos están atenazados entre dos polos y no encuentras esa áurea mediocritas postulada por Aristóteles. Sus conflictos los han reducido a un dilema falso: o se hace gravitar la crisis sobre la gente corriente o sobre los rentistas. Claramente han escogido lo primero. Dirigen una sociedad rica hasta el vómito y, sin embargo, no sólo se muestran incapaces de ayudar a casos de pobreza extrema como el de Somalia, sino que son incapaces de ayudar a sus propios administrados. Ni unos ni otros son capaces de entender que el capital tiene que echar su cuarto a espadas y disponerse a financiar la recuperación en vez de refugiarse en el arte kitch, el oro o la pobre deuda soberana, mientras los estados se tambalean y las empresas esperan o caen provocando la depresión. ¿De verdad nuestros políticos y nuestros ricos esperan que van a comer oro cuando la economía colapse?. ¿Es que estamos dirigidos por débiles orgullosos y administrados capitalmente por estúpidos de bajo CI? ¿Esta sociedad va a morir en la playa del El Dorado mientras el tío Gilito ordena a paladas su dinero? ¿No se dan cuenta de que capital y gente son una unidad indisoluble en la riqueza y la pobreza hasta que la muerte los separe? Necesitamos con urgencia ricos inteligentes y políticos con carácter, comprometidos con su gente en vez con el aroma de la riqueza o el poder. El capital está actuando como el que se ahoga y se agarra a su salvador potencial (las personas, las empresas, lo estados) arrastrándolos al oscuro y frío fondo