Recientemente un artículo intencionado sobre el impacto de la tecnología (La gran paradoja distópica) ironizaba sobre cómo resolver la contradicción de que el sistema económico necesita consumidores pero al tiempo los elimina al sustituir a los trabajadores por robots. En él se hablaba de la enorme cantidad de tiempo que los consumidores deben emplear en favorecer la eficiencia de la competitividad buscando las mejores ofertas de productos y servicios. La conclusión era que si la producción prescinde de los trabajadores pero los necesita con renta suficiente para consumir lo producido, una ocupación potencial era dedicar el día a buscar los mejores precios y características para consumir a continuación. Obviamente esto debería implicar la obtención de renta por esta tarea para poder comprar productos y consumir servicios teóricamente producidos y suministrados por robots. En definitiva la actividad humana, con la excepción de una élite de científicos e ingenieros de software y automatización necesarios para alimentar de inteligencia y mantener la Gran Máquina, consistiría en provocar la eficiencia de las empresas y sus estrategias.
Pero, dado que dar dinero a cambio de esta tarea no creo que esté en las mentes de los planificadores de las estructuras productivas globales, una forma alternativa de trasladar renta a la ciudadanía de forma más convencional es retandolos a inventar nuevas formas de servicios, una vez que la producción de los convencionalmente necesario estará automatizado. Si esto es así, quedaría explicado el movimiento de los emprendedores, cuya razón de ser sería encontrar razones para tener derecho a renta. De esta forma se matarían dos pájaros con el mismo tiro, pues la moralidad capitalista quedaría satisfecha por entregar dinero a quien lo trabaja y, de otro lado, se daría pista a la Gran Máquina para diversificar sus productos. Es decir piense usted en alguna necesidad por frívola que le parezca (rebusque en sus tendencias confesables o no) y proponganselo a un banco para financiar una empresa que le ponga a su necesidad un lazo que la haga atractiva para un número suficiente de personas que permita la rentabilidad del negocio. Obviamente los grandes clásicos como la cultura sólo admiten refinamiento creativo, pero no ser inventada pues afortunadamente es secular.
No se pierda de vista que la economía es un juego de suma cero: Si el dinero representa a la riqueza generada, será un constante para cada período. Así, el que vaya a unas manos saldrá de otras. La eficacia del sistema exige la posibilidad de que el que sirva mejor a la sociedad haciendo propuestas de consumo o solución de problemas más celebradas obtenga más dinero, pero, al tiempo, tendría que haber un límite a esa concentración para no crear núcleos ociosos que paralizarán el dinero excedente del gastado en sus más extravagantes fantasías de lujo y placer. De modo que se consentiría un cierto lujo para contar con una zanahoria, pero teniendo a punto el palo fiscal para acotar las pérdidas de eficacia del capital excedente. Naturalmente hay que contar con una estrategia para que los bienes comunes no sean objeto de expolio cuando no de agotamiento suicida desde el punto de vista medioambiental. Aquí está por ver si será el Estado (cada vez más debilitado) o fórmulas renovadas de acción colectiva las que tendrá que ocuparse de los común (ver Común. Reseña (3)), aquello dónde es inadmisible el enfoque de suma cero, pues todos debemos ganar con su gestión.
En definitiva el ciudadano no consume si no tiene renta. Como parece que no hay intención de proporcionarla pro bono, por el supuesto peligro de indolencia, pereza subvencionada y abandono general, pues la propuesta es «emprenda«. De esa presión sobre la capacidad de imaginar nuevas necesidades y materializarlas en forma de servicios de unos a otros resultará un estado de comodidad exorbitado que podemos llamar «hipercomodidad» con los que habremos justificado el título de este artículo. El gran peligro será que este forma de vida acelere el bocado a la manzana terrícola y que, al tiempo, la hipercomodidad contrates escandalosamente con las carencias elementales de gran parte de la humanidad. Ya veremos.