Una cierta confusión nos embarga a la hora de entender qué está pasando. Hay quien opina que «así son las cosas» y quien cree «que la voluntad individual y social lo puede todo». Veamos…

Este artículo se basa fundamentalmente en la lectura del libro «La Tabla Rasa» que el psicólogo y lingüista Steven Pinker editó en el año 2002, siendo investigador del Massachusset Institute of Technology.

La concepción de la naturaleza humana ha tenido fundamentalmente un origen religioso. Para determinar la conducta apropiada era necesario una teoría, que en el caso de la religión era una certeza que como no podía demostrarse empíricamente se funda en la revelación. Todas las grandes religiones comienzan con el privilegio de la epifanía de la divinidad para comunicar sus designios a los hombres. En la tradición judeocristiana la revelación informa de que el mundo fue creado, los animales no tienen relación alguna con los seres humanos y la mujer ocupa un lugar secundario respecto del varón; el conocimiento y la soberbia deben ser castigados respectivamente con la expulsión del paraíso y la confusión de las lenguas en Babel . A estas verdades indiscutibles se suma la experiencia de la presencia de un ser real (Cristo) que propugna la concordia entre los hombres, se ofrece en sacrificio por ellos y ofrece una vida tras la muerte. Todas ellas creencias en absoluto inocuas porque se constituyen en obstáculos para el progreso del conocimiento científico y social. Tanto la física, como la biología en el ámbito científico y la igualdad entre hombres y mujeres tienen en la Biblia un enfoque paralizante e injusto. Todas ellas son posturas que dieron lugar a batallas sociales casi todas ellas zanjadas a favor de las visiones no trascendentes de la realidad humana. Dicho sea sin perder de vista la beligerancia actual de posturas siempre latentes pero que ahora cobran una relevancia social por los últimos éxitos políticos de la derecha más extrema. Así vuelven el creacionismo, la misoginia y el racismo como viajeros sorprendentes en el vehículo de las nuevas tecnologías intoxicando a una mayoría a la que la complejidad de la ciencia y la incomodidad del cambio de actitudes lleva a reposar en ideas derrotadas en el campo de la racionalidad, pero vigentes en el de la irracionalidad ingenua. Y todo ello cuando las iglesias se desplazan hacia posiciones más ambiguas en el ámbito espiritual procurando no interferir con los procesos científicos y sociales. En todo caso, la persistencia de creencias tradicionales en la ciudadanía «obliga» a muchos políticos en las democracias a mantener posiciones prudentes al respecto para no mostrarse hostiles a las más profundas creencias de un número alto de personas que han de votarles.

El Renacimiento trasladó el foco de lo divino a lo humano pero sin renunciar a lo trascendente. En un primer momento el carácter literario y artístico del movimiento no mostró ninguna contradicción con las propuestas religiosas al mantener sus propuestas en un ámbito claramente estético. Pero la entrada del cálculo en las teorías físicas  con Galileo fue una primera fisura que pronto se convirtió en grieta con Newton y, definitivamente en contienda, con Darwin y la psicología y sociología de base positivista. Finalmente, ya en el siglo XIX, el feminismo mostró la voluntad de las mujeres de negar su condición de «costilla» proveniente del varón. Esta fractura entre religión y ciencia tiene su fundamento filosófico en el renacer de la disciplina a partir de René Descartes (1596-1650), quien desafiando la filosofía religiosa desarrollada durante el medievo con fuerte influencia en la filosofía griega, pone al ser humano ante las contradicciones evidentes entre la visión de mundo heredada y las novedades mencionadas en el ámbito de conocimiento del planeta y el universo. Descartes aún mantiene prudentemente los dogmas fundamentales de la existencia de Dios y el alma a pesar de que su énfasis en la conciencia como fundamento de todo conocimiento es una puerta abierta por la que entraron todas las nuevas formas de pensar. Una prudencia que exhibió alejándose físicamente de su país donde le rondaba la persecución intelectual. No dejó bien resuelta la concepción de su yo pensante por lo que dejó en herencia un problema: el de «quién» es el que piensa luego existe. A ese problema lo llamó Gilbert Ryle (1900-1976) famosamente «el Fantasma en la Máquina«. Su radical e idealista apuesta por la autonomía de la mente provocó la reacción del mundo anglosajón con el enfoque empirista que basaba opuestamente todo conocimiento en la experiencia creando una teoría de la mente asociada a una metáfora perturbadora: la de la mente como una pizarra vacía o «la Tabla rasa» en la que las experiencia habría de escribirlo todo. John Locke (1632-1704), el gran promotor de la democracia y la flexibilidad mental, tuvo como contemporáneo a Thomas Hobbes (1588-1679), el gran promotor de la dictadura y el mecanicismo mental. Para el primero el hombre es originariamente libre y pacífico, pero se genera un estado de violencia debido a la igualdad de partida que convierte en insoportable cualquier injuria mayor provocando la cadena de venganzas que lleva a un estado de guerra. Estado de guerra del que se sale mediante la ley y los derechos establecidas por contrato en el seno de la comunidad de hombres iguales. Para Hobbes, por el contrario, el hombre vive originariamente en estado de guerra, víctima y verdugo de otros hombres. Estado del que se sale acumulando en una autoridad soberana el poder necesario para mantener el orden, que es el único modo de controlar al ser humano sin cambiarlo. Rousseau (1712-1778) apuesta por el punto de vista de Locke y propone una visión benevolente del hombre que ha quedado acuñada en la expresión «el Buen salvaje» que es degradado por la sociedad. Una idea inspirada en el descubrimiento de tribus nativas en los nuevos territorios colonizados.

De modo que de este momento fundacional en los siglos XVII y XVIII con Descartes, Locke, Hobbes y Rousseau extraemos las siguientes corrientes de pensamiento contradictorias y problemática con influencia aún viva:

  1. La existencia de un yo inextricable (el fantasma en la máquina)
  2. La autonomía de la mente respecto de la biología (autonomía de la cultura)
  3. La prevalencia de la experiencia en todo conocimiento humano (la tabla rasa)
  4. La inocencia inicial del ser humano (el buen salvaje)
  5. La maldad inicial del ser humano (el mal salvaje)

El desarrollo de la actual civilización occidental se apoyó en la visión de Locke en superficie, mediante el relato de la organización política democrática, mientras la visión de Hobbes pugnaba una y otra vez contra los intentos de crear una sociedad civil, justa, compasiva, pacífica y regida por la ley, debido al imperio de los criterios económicos. Ambas corrientes se basan en una concepción de la naturaleza humana que pugna con las influencias de los desarrollos culturales que reclaman tal autonomía para sí llegando a negar tal naturaleza adoptando una postura inspirada, conscientemente o no, en la separación de las sustancias mental y corporal prescrita por Descartes y en la concepción extensa de la cultura por parte de Franz Boas (1858-1942)

Casi todo lo importante que ha sucedido a partir de la segunda mitad del siglo XIX en relación con el modo en que la sociedad se organiza tiene, de alguna forma, fundamento en las cinco ideas expuestas más arriba que resumen las filosofías subyacentes en combinación con los desarrollos científicos utilizados con más o menos fortuna para su afianzamiento. Hagamos un repaso a su influencia en positivo y negativo en los siglos XX y XXI:

  • La teoría de la evolución de Darwin es utilizada para fundar una visión hobbesiana de la sociedad y, especialmente, de las relaciones económicas. El hombre es como es y sigue sus intereses. Cada uno debe ser responsable de sus decisiones y arrostrar las consecuencias. Todo ellos aunque la desigualdad económica alcance umbrales críticos desde el punto de vista de la paz social.
  • El conocimiento de la fisiologías humana pretende fundar posturas sociopatológicas como el racismo, el antisemitismo, la homofobia, la desigualdad económica y la desigualdad entre el hombre y la mujer. La separación de mente (alma) y cuerpo todavía influye en las decisiones relacionadas con el aborto o la células madre. Todo ello a pesar de que tantos han demostrado que ni la raza, ni la condición sexual, ni la condición de género influye decisivamente en la capacidad de cada ser humano de alcanzar las mayores metas sociales. 
  • La mente es configurada por la experiencia y la conducta. La cultura es una producción de la mente humana y, por tanto, nada debe o en nada es influida por la biología o la herencia. De esta fuente bebe el conductismo de Skinner en el plano cognitivo, el feminismo de género o el optimismo antropológico. Pero también todas las dictaduras «educativas» como el comunismo oriental o los que consideran la homosexualidad una «enfermedad» curable. Todo ello sin considerar que los avances en el conocimiento del genoma humano y los estudios del comportamiento de gemelos univitelinos o hijos adoptados han probado la enorme influencia de la herencia en las diferencias observadas en el comportamiento de los individuos.  
  • La visión del Buen Salvaje confluye con la visión de la Tabla Rasa para explicar las diferencias en la conducta en base al cuidado parental o la educación colegial debido a la idea de que la mente humana no tiene ninguna estructura previa que condicione el aprendizaje. Los enormes cambios económicos y sociales ocurridos especialmente en la posguerra europea hizo crecer el optimismo respecto a las posibilidades de la educación y el medio para la optimización personal y social en el marco de la antropología de Boas que llevó a hipertrofiar la influencia cultural hasta el punto de fundir la individualidad en una corriente idealista con vida propia.  Todo ello sin considerar el rebrote continuo de la violencia en cuanto se relaja la vigilancia del Estado (el pillaje de frivolidades en los cataclismos) sobre los ciudadanos o sobre su propios cuerpos armados; los casos de tortura en un clima de guerra; la persistencia de la trata de mujeres y niños para el comercio sexual, etc. 
  • La complicada naturaleza de la mente consciente, que generó la idea del Fantasma en la Máquina, obstaculiza el desarrollo y comprensión de la neurología y las teorías computacionales de la mente. Todo ello sin contar el progreso que la medición en tiempo real de la actividad de cerebro, el conocimiento de su geografía y organización, además de la capacidad de simular la acción de la mente mediante los programas de Inteligencia Artificial. Avances que permiten comprender el funcionamiento del cerebro en base a la información, la computación y la retroalimentación. Acciones para las que el cerebro está estructurado al contar con un alfabeto lógico y emocional capaz de conformar un número ilimitado de conductas bien adaptadas al medio social. 

De modo que el siglo XX es progreso y reacción al mismo tiempo:

  • Biologista y Creacionista. Es decir, cree en la evolución hasta el momento actual como explicación de todo los seres pero, al mismo tiempo, mantiene importantes bolsas de creyentes en la lectura literal de textos revelados.
  • Genetista y Constructivista. Es decir, sabe de la influencia de los genes en las diferencias observadas en la conducta y desempeño de los individuos pero reacciona enérgicamente negando cualquier obstáculo a una absoluta capacidad de la educación y la experiencia para conformar los prejuicios que nos aquejan o para eliminarlos completamente.
  • Monista y Dualista. Es decir cree que los avances de la neurociencia acerca del conocimiento de los procesos que generan la mente consciente y al tiempo sigue creyendo en un alma indivisible e inmortal.

En esos vaivenes hoy en día tenemos un reflujo de la parte reaccionaria pues han recobrado relevancia política entre amplias capas de población las creencias que surgieron en las sociedades agrarias del siglo VIII a.C. para explicar el mundo con textos míticos fundacionales. Por otra parte, el biologismo es utilizado como explicación de una supuesta superioridad racial del hombre blanco o del hombre a secas. El genetismo y el biologismo es usado como herramienta para rechazar la igualdad social y justificar la destrucción de las instituciones públicas en base al derecho del más astuto para acumular toda la riqueza a su alcance. El dualismo religioso, a su vez, se constituye como obstáculo a la investigación de enfermedades cuya curación depende del empleo de células procedentes de seres humanos.

Parecen estar en retirada aquellas creencias basada en la autonomía de la cultura y en la capacidad de la educación para formar de modo integral al ser humano capacitándolo para una vida cívica pacífica y compasiva, justa e igualitaria. La corriente integradora de las células en tejidos, de los tejidos en órganos, de los órganos en organismos, de éstos en familias, instituciones, naciones y áreas geopolíticas parece haberse parado. Una especie de saturación psicológica de lo colectivo estalló en los años ochenta con Friedrich Hayek  (1899-1992) como impulsor intelectual y Margaret Thatcher como impulsora política. El efecto sobre la economía de estos puntos de vista han generado, paso a paso, las condiciones para que se produzca una hipertrofia del individualismo que, gracias a los avances de la tecnología, ha acumulado críticamente grandes riquezas en muy pocas manos. Una situación no sólo injusta, sino peligrosa que tratan de neutralizar en el ámbito intelectual los defensores de lo común (ver Común. Reseña (3)) y en el ámbito de la política los movimientos de jóvenes airados ecologistas, antisistema y altermundialistas.

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