Estos días el parlamento español responde con precisión a su nombre. En el hemiciclo se parla, se habla. El político e inventor Benjamin Franklin dejó dicho «escribe, termina, publica«. No menciona el hablar porque lo da por hecho. Antes de escribir hay que hablar con otros o consigo mismo para tener ideas que plasmar en un papel o una pantalla. Lo que justifica el adjetivo de «patético», entendido como «acción exagerada y ridícula por falta de fundamento o contenido» es el espectáculo de parlamentarios estériles manoteando para fingir ser útiles. Siguiendo a Franklin, en la acción política se escribe en el Boletín Oficial del Estado (BOE). Ese periódico que nadie lee pero que modela la vida al establecer los límites de la acción social. Ese periódico aburrido de letra prieta y prosa aburrida es la clave. Quien tiene la dirección de la redacción del BOE tiene el verdadero poder en una sociedad civilizada.

En democracia, hasta ahora al menos, el tono de la gobernanza era la mezcla de la literatura del BOE cada cuatro u ocho años cuando la alternancia política provocaba cambios parciales de los promulgado en el turno anterior. Esta mezcla ha tenido una resultante que el confort de la exitosa entrada en la CEE en 1986 y el goce del estreno de las libertades civiles convirtió en una rutina a la que sólo los profesionales de la política prestaban atención.  Sin embargo, en esta ocasión la acción de gobierno ha resultado tan dura para los ciudadanos que parecía imprescindible un cambio en vez de esperar perezosamente otra ocasión. A lo que se añade la sensación de que los cambios producidos tienen una vocación de permanencia al integrarse en un movimiento mundial por la precarización del empleo como parte del programa neoliberal de aplicación sin alternativas de las nuevas tecnologías.

Dado todo esto, ¿Cómo es posible que se perdiera la ocasión de un gobierno alternativo en enero de 2016?. Pues sólo tiene una explicación el ego, tanto el individual como el virtualmente colectivo que condiciona al primero. De la conciencia de haber perdido la ocasión de escribir, terminar y publicar en el BOE provienen estas patéticas actuaciones de unos y otros y esas apasionadas cartas entre tendencias internas y, finalmente, ese gesticular diario en el parlamento, mientras los verdaderos escritores los contemplan entre maliciosos y divertidos y la gente se pregunta qué hacer con su voto la próxima vez.

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