26 Ene 2011
España dormita porque salvo que tu profesión consista en protestar (liberados sindicales) el ciudadano corriente sólo reacciona cuando las circunstancias sobrepasan determinados umbrales. Estos umbrales son relativos a cada época, aunque hay mínimos absolutos para la especie humana que, obviamente, no lo son para otras especies. Por ejemplo, el daño directo a la familia es uno de esos umbrales absolutos. Mientras esto no llega, hay niveles de atropello cuya eficacia como fulminante para la reacción no se manifiesta en según qué circunstancias concomitantes. Y una de estas circunstancias concurrentes es la industria del entretenimiento, que tan eficazmente ha conseguido bajar el nivel de lo que nos interesa y, en consecuencia, elevar el nivel de la ofensa que moviliza. De este modo, con muy poco gasto, es posible tener a toda la población ocupada en trifulcas y saraos virtuales literalmente desplomada sobre el sofá convertido en centro de operaciones con el socorrido mensaje publicitario: “del sofá a la cama, de la cama al sofá”, que reverdece el de la España pre- europea: “del gimnasio a la Casa de Campo” acuñado por el inefable Toni Leblanc. Entre el acto de desear y el de consumir la libido está satisfecha. Este pueblo adormecido descubre atónito que sus clases dirigentes no han cumplido con su obligación de cuidado que les fue encomendada. Entre otras la de legislar, vigilar, impedir o castigar por la ausencia de ese cuidado. La explicación es muy sencilla: todo responsable no lo es o, al menos, no se siente así mientras no cobra los suficiente para considerar que su servicio al pueblo está compensado. Pero en el mismo acto de conseguir ese estatus está, en realidad, siendo maniatado para cualquier acción que contradiga los intereses de los que ya estaban instalados previamente. Así nuestros señores, parafraseando a Carlyle hablan de sus cosas y nosotros, sus criados, de ellos en interminables y deleznables programas sobre la beauty people. Es obvio que tenemos una gritona televisión y radio propia de criados, dicho se figuradamente. Un amigo me decía que la vida es como una higuera. Arriba unos pocos comiendo higos y abajo el resto tratando de subir dificultados por las patadas de los instalados en las ramas. Pues eso, sigan comiendo higos los señores que no hay nada que temer. Al fin y al cabo su sistema es más sofisticado que el de Túnez o Egipto y, desde luego, aquí todavía no hay que quemarse a lo magrebí.