Deuda pública – Deuda privada


05 Ene 2011

En casi todas las discusiones sobre la situación económica se suele dejar caer de soslayo que todos tenemos la culpa de la crisis porque las cifras de la deuda de las familias y de las empresas es la fracción más alta de la deuda total de España. Así la baja deuda del Estado vendría a ser la prueba de su austeridad. De hecho antes del comienzo de la crisis, el Estado tenía superávit. Sirva este artículo breve para neutralizar el argumento falaz. En efecto, el buen estado de las finanzas públicas se debía a los impuestos y estos proceden de la renta de las personas y los beneficios de las empresas. Y si me apuran la renta de las familias es un componente (negativo) de la renta de las empresas. Es decir, si la gente no cobrara por su trabajo, la empresas, obviamente, tendrían más beneficios. Pues bien, en ninguna de estas dos «bases imponibles» se refleja explícitamente la deuda de familias y empresas. Por tanto, el estado cobra impuestos sin tener en cuenta que lo hace sobre un dinero prestado con lo que puede actuar con la ligereza del nuevo rico. Si además se considera que ese dinero no se debe al ahorro nacional depositado en los bancos, sino que en su mayor proporción se debe a bancos e inversores extranjeros que juegan también un doble juego: el de prestarte para que compres en sus áreas de influencia. Porque a todo lo dicho hay que añadir que las mercancías más caras que compra el español sobrevenido rico a préstamo proceden de los mismos países en los que residen los prestamistas. Como se ve, el juego se llama Ruleta Rusa y la bala estaba esperando al incauto. Develado que la prudencia estatal es ficticia, porque eludieron su responsabilidad de parar el disparate y reorganizar la producción y productividad nacional. Desvelado que el último responsable de esta locura es la familia es hora de reclamar que las únicas viviendas que debe quedar en los balances de los bancos son las de los inversores inflacionistas, que hicieron subir artificialmente los precios. Pero que las de las familia sin casas deben volver a las mismas y que debe prohibirse hacerles recaer el diferencial entre el precio del mercado entonces y el actual. ¿Habrá tragedia mayor para un pobre que no poder disfrutar la casa y que encima quedes endeudado para que el banco compense el desvalor del inmueble con la nueva deuda del desgraciado?. Nuestra generación no había vivido las injusticias sociales nada más que en las novelas de Victo Hugo. Ahora, sin embargo, ya sabemos el color que tiene la codicia y la complicidad entre gobernantes y negociantes. Es un color metálico, frío, con el sabor confuso del sufrimiento, pero envuelto en el glamour de la disipación. Los responsables políticos con mala suerte en el sorteo van a pagar su estupidez ideológica duramente ahora y no echaré una lágrima por ellos. Los gobernantes políticos con buena suerte en el sorteo van limpiar su certificado de penales político con un triunfo avasallador (se dice) y tendremos que aguantar su jactancia. Los altos gobernantes administrativos y empresariales de rositas y la gente a ver la tele gratuita, vociferante y zafia.

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