La mentira transparente

Oxford dictionaries han declarado palabra del año a la expresión «post-truth» (post-verdad). La palabra ha competido con «alt-right» que refiere a la premeditada acción de introducir en el debate público y mediático cuestiones controvertidas a fin de lograr adeptos a las causas más reaccionarias.

Con «post-truth» ya tenemos una palabra que denomina un fenómeno que se ha hecho evidente durante los últimos años. La sociedad ha decidido prescindir de los hechos para hacer llamadas a las emociones. Se lleva tiempo tolerando que se haga publicidad llamativa que mentía descaradamente sobre los efectos del consumo del producto en cuestión. En general las empresas pilladas en falta prefieren un buen proceso judicial antes que afrontar las consecuencias de sus actos. Noticias sobre fallos judiciales escandalosos que afectan a aseguradoras o entidades bancarias son relativamente frecuentes. Los estrategas empresariales saben que el afectado, si es un individuo, es muy vulnerable en el complicado sendero de los procedimientos judiciales. Hasta ahí los conocido. Pero ahora la novedad está en la generalización de la mentira en el ámbito político. Es decir en el ámbito de la esperanza de una vida decente por una gestión, igualmente decente, de nuestros políticos. Ya se apuntaba maneras en los primeros años de la democracia española cuando el ínclito Profesor Tierno dijo aquello de que «los programas electorales están para no cumplirlos». Recientemente entre mentiras y mentirijillas Mariano Rajoy introdujo una novedad que fue no anticipar sus intenciones sino directamente no cumplir su programa de 2011 durante cuatro años. Finalmente ha hecho cumbre la progresión con las elecciones celebradas en el Reino Unido y en Estados Unidos. Dos conglomerados nacionales que han decidido salirse de la Unión Europea y de la Unión Mundial respectivamente (el electo presidente Trump es, parece ser, un aislacionista). Podríamos hablar de un BREXIT y un TRUMPXIT con el mismo criterio lingüístico que utilizamos para pasar de «omnibus» a «autobús«. Para estos logros de la humanidad se ha utilizado de forma que podríamos considerar ya como muy refinada la herramienta de la mentira.

Hay que aclarar que el uso de la mentira, como se ha dicho, no es nuevo. Por tanto que haya una palabra nueva una post-verdad hace alusión a algo más complejo. En efecto, cuando se miente, se tiene la esperanza de que quien nos escucha sea engañado. No es el caso de las campañas mencionadas. En ellas se ha mentido de forma premeditada y sistemáticamente, pero no se espera engañar a la audiencia sino emocionarla. Con emoción queremos decir crear las condiciones para el entusiasmo o el desprecio, pero en ningún caso el engaño. No se quiere engañar pues ya se sabe que no es posible con un universo de información rodeandonos de forma permanentemente actualizada. Se espera crear en parte de la audiencia la ilusión de un futuro mejor prometiendo aquello que se sabe forma parte de sus esperanzas más sentidas. Pero, al tiempo, se sabe y se admite como parte del peaje a pagar por el enfoque que en otra parte de la audiencia la mentira produce desprecio por su grosera contradicción con los hechos.

Podemos, pues, hablar de una mentira transparente. Nadie es engañado pero todos reaccionamos emocionalmente a su emisión. El emisor sabe que miente, el receptor sabe que aquél miente y finalmente el emisor sabe que el receptor sabe que miente. Pero unos y otros son arrastrados a una posición irracional. Con los que ahora es la verdad la que es oscura. Es sabido que la verdad es una meta no un logro, salvo casos triviales. Y aún en ellos: si dos personas están presentes en una habitación donde un objeto cae al suelo estando ambos atentos y al salir hay versiones contradictorias sobre si el objeto ha caído o no, sólo los presentes saben quién dice la verdad y quién miente, pero el resto de la humanidad no tiene forma de saberlo. La verdad es esquiva, pero una cosas es reconocer que su hallazgo requiere esfuerzo y otra es usar esta dificultad intrínseca para conseguir objetivos sin importar un ardite. Ciertamente la búsqueda de la verdad es demasiado importante para dejarla ya en manos de los políticos demasiado condicionados por sus intereses partidistas. Hay que buscarla por uno mismo.

 

Austeridad para todos

Durante los años de gobierno del PSOE (2004-2011) hubo una pancarta en el balcón principal del edificio del ayuntamiento de Murcia que decía «Agua para Todos». Una pancarta que se ha guardado hasta que el próximo partido de izquierda gane las elecciones. Se ha convertido ya en una costumbre, no ya mentir en la política por parte de todos los partidos en los períodos entre elecciones, sino en mofarse de la verdad durante las campañas electorales. Tenemos ejemplo aquí y allí. Durante estos períodos de un par de semanas entramos en un estado de sugestión colectiva polar, que nos lleva a aceptar todo tipo de disparates que se supone que luego no se cumplirán porque la realidad corrige los excesos electorales. Obviamente los partidos que pierden la elecciones se dedican luego a recordarle al otro las promesas incumplidas en los estrados y a pactar con él en los despachos. Instalados en ese estado mental de la mentira instrumental, los programas electorales son ya un género literario. Es decir, textos de ficción. Después desaparece la magia y a trabajar.

Hay mentiras inofensivas y otras muy perjudiciales. La mentira más peligrosa de todas es que el llamado Estado de Bienestar puede recuperarse en los niveles de derroche conocidos con anterioridad. Para empezar hay que hablar de «Estado social» no «de bienestar» que sugiere un estado de complacencia frívolo. Es imprescindible garantizar la sanidad y educación públicas más el pago de pensiones y asistencia a la gran dependencia. Estos son los pilares del Estado Social. Cómo esto requiere un alto porcentaje del PIB hay que producir obviamente. Para eso es imprescindible justicia social. La gente vamos a las epopeyas empujados por la necesidad o el entusiasmo y el mayor de ellos es sentirse parte de algo que es mayor que uno mismo pero que no te usa como un peón prescindible. Esto requiere un reparto de la renta justo. Todavía con este planteamiento cabe un mundo de países justos pero inviables ecológicamente. Por tanto se requiere, no sólo justicia en el reparto de la renta, sino, además, hacerlo en un mundo más frugal que, al menos mientras no encuentre el modo de consumir sin dañar la naturaleza, debe limitar las mercancías que produce y consume.

La suma del cuidado del planeta y de la gente lleva a un mundo más austero. No sólo en el sentido que lo entienden los actuales y catastróficos dirigentes nacionales e internacionales, que se resume en destrucción de lo público y hundimiento de los mercados interiores por falta de dinero para el consumo. Un mundo más justo y respetuoso con el planeta lleva a la austeridad para todos.  Es decir, no al estado del bienestar. Sí al estado social, que, por respetar el planeta, jerarquiza lo que produce e intercambia y, por respetar a la gente, no permite las rentas escandalosas que generan precisamente el más grosero de los mercados: el del lujo. Por tanto, austeridad sí, pero ¡austeridad para todos!

 

¿Engañarse es de izquierdas?

04 Ene 2011

Hace una semana figurada se dijo que «bajar los impuestos es de izquierdas» y se hizo. Ayer se dijo «y lo haré cueste lo que (os) cueste, me cueste lo que me cueste…». Querido presidente, como dijo el torero al recibir el chorro de vapor de la locomotora en los andenes de Atocha: «esos cojones en Despeñaperros». Por fin, hoy se proporciona una teoría para que todo sea de izquierda. En efecto, en la potente página cuarta de El País se completa el deslizamiento por la pendiente y se ofrece ya un teoría Ad Hoc completa: engañarse es de izquierdas. Para ello, se sigue el manual de autoengaño. Primero, no se da una visión global de los antecedentes. La historia empieza donde conviene. Y conviene empezar diciendo que estamos endeudados hasta las cejas en las siguientes proporciones relativas: Gobierno 1, Gente y Empresas (no sé porque se mezclan) 3,5 y Bancos 2. En cuanto a las proporciones entre deuda procedente del ahorro nacional y extranjero, ganan los extranjeros 4 a 3. En términos de PIB (la traducción a dinero que produce el país cada año) debemos casi cuatro veces el trabajo de un año y más de la mitad al extranjero. Pero no se dice que si los gobiernos de Aznar establecieron las bases, los de Rodríguez consideraron que para qué chafar la fiesta y dejar de disfrutar del castizo “España va bien”. Ya habría tiempo de poder pasarle el testigo al incauto que pagará la cuenta. Y ese incauto ha resultado ser la siguiente generación de españolitos que mira con asombro a sus mayores y a su cara estúpida al despertar de la resaca. Estupendo, aquí tenemos la radiografía del éxito de nuestros gobernantes desde hace más de una década. Una vez que le cogimos el gusto al dinero europeo cuando pasábamos por pobres, decidimos seguir la juerga. Ni un toque a tiempo a los bancos para que dejaran de estimular la catástrofe privada, ni una señal a los inversores para que dejaran de inflar la burbuja, ni una señal a las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos para que dejaran de quitar aceras en buen estado para sustituirlas por otras construidas a toda la prisa que exigía la comisión. Ni una señal, ni una reprimenda, sólo irresponsabilidad que ahora nos presenta en forma de hechos consumados que hay que corregir con reformas. Reformas que creíamos propias de la derecha política que, coherente con sus predicados, juega al casino desde la seguridad económica y exige esfuerzo a los más desde la comodidad personal. Pues no, ahora resulta que ajustar las estructuras a costa en exclusiva de la mayoría es de izquierdas y, para que no se contamine esta nueva visión del progreso, no se tocan las grandes fortunas (los ricos son útiles) ni el fraude fiscal (los grandes estafadores son simpáticos). Y no se hace ni a título ejemplarizante. Ni para enviar el mensaje de que no se juega con el esfuerzo y el sufrimiento del país entero. Que tiene un coste endeudar a un país olvidando la fragilidad de su estructura productiva. No, ahora nos explican lo que ha pasado y cobran por ello, nos aturden con una televisión comercial tipo “Call now” y los gritos patéticos de supuestos analistas al ritmo de unos presentadores cómicos que se sienten todopoderosos al ver el papel preponderante que les toca jugar cuando ha colapsado la inteligencia. Ya sólo falta que se legalice el porro y se promocionen los manuales para buscar la felicidad en lo cotidiano. Olvidando que los ciudadanos de este siglo son gente capaz de soportar de sus políticos que digan la verdad. Que este país mal conducido por sus responsables (políticos, económicos, empresariales y sindicales) ha cometido un error de lesa juventud y que todos, todos, hemos de responder por ello, y que las casas no están bien en manos de los bancos, sino habitadas por seres humanos y que los dirigentes democráticos dimiten y el resto cesan o son cesados. Decir la verdad es de izquierdas y engañar y engañarse es de estúpidos. Y todo lo demás no es de izquierdas no basta con desearlo para que lo sea. No basta con tocarse las sienes y decir “este disparate es de izquierdas” 100 veces hasta comprender y luego, cuando se ha comprendido, ir y escribir un artículo o dar un discurso. Y eso es lo que desde hace cuatro años se está haciendo. La de hoy no es más que una tesis preelectoral. Concluyamos resignados: engañarse es de izquierdas.

Ex-tado del bienestar

31 Dic 2010

Es necesario acabar cuanto antes con la falacia del «hombre de paja» aplicada al fin del Estado del Bienestar. Es decir, inventarse un irreconocible estado de cosas para destruirlo después, como hace Aznar, que pretende hacernos creer que tal estado es aquel en el que se quiere trabajar poco y cobrar mucho. Una pretensión que, precisamente, ha escandalizado a la sociedad española con el especial «estado del bienestar» de los controladores aéreos. Por lo visto, hay que decir muchas veces una verdad para que parezca verosímil. La verdad de que el Estado de Bienestar es sanidad, educación, justicia y vida digna en la vejez. El resto, es decir, la corrupción, los coches lujosos, el safari en Kenya o la juerga del suelo vía convenio urbanístico, ha sido un invento de nuestros próceres, lúcidos ellos, para engañarnos pagándonos un sueldo cuya mitad estaba pedida a préstamo al mismísimo diablo, en forma de mercado financiero, para simular el progreso de la sociedad que regían. El Estado de Bienestar en el que piensa Aznar es, parafraseando a Borges, estar en «permanente estado de vagancia», que es, precisamente, el que las revistas del corazón (la wikileaks de los ricos) y las páginas salmón de los periódicos (la wikileaks de los saqueadores) demuestra que practican los creadores de escasez (Anisi en el recuerdo). Las medidas que se piden tomar con firmeza ahora son resultado de un movimiento circular que antes ha creado las condiciones para que tales medidas sean inevitables. Trampa en la que resulta sonrojante que haya caído la izquierda socialista española que, primero, no tuvo valor para desenmascarar en 2004 la farsa de la riqueza infinita ni, segundo, una vez reconocida la debilidad de haber seguido con la misma locura, no sabe dar un paso atrás para que las «medidas realistas» las tomen los que disfrutan haciéndolo. Muy al contrario, está iniciando el ignominioso camino de «hacer lo que hay que hacer» dotando de coartada a la derecha que, dentro de unos meses (dicen las encuestas) reducirá a cenizas el verdadero Estado de Bienestar, el que toda sociedad moderna y austera debe tener, con el argumento de aludir continuamente a los antecedentes socialistas. Vivir para ver: reforma laboral, bajada de pensiones, empobrecimiento de funcionarios, encogimiento de la actividad promoviendo el paro, privatización de servicios indiscutibles. ¿Cuándo tendremos políticos que se entusiasmen menos la noche de la victoria y sepan decir que no a la hibris del poder cuando llega la hora de la verdad? Hora que, a veces, es la del fracaso llevado con entereza.

Adiós CNN+, ¡Hola mercados!

31 Dic 2010

Iñaki, tan oportuno, puso un nocturno para la vibración del aire que debía acompañarlo en la despedida. Es el final de una propuesta que la sociedad española ha rechazado, la de televisión de calidad pagada directamente por la audiencia. De sobra sé que la CNN+ era gratuita, pero formaba parte de un proyecto en el que usuario sostenía directamente el sistema de producción de contenidos de alta calidad periodística para la información y de contenidos para la cultura. Los españoles gustamos del engaño y hemos preferido que sea la publicidad quien oriente nuestros sueños. La publicidad, esa extraña forma de círculo viciado que nos dirige tirando del ronzal de los deseos inventados. Y esto no ha hecho más que empezar, que el neuromarkenting asoma las orejas y pronto no sabremos el porqué de nuestras pulsiones apabullados por una disolución de la verdad en medio de ecos verosímiles pero falsos. Un proyecto de calidad elegida que se refugia ahora en el Canal+ y el Canal Satélite y veremos a ver lo que dura. Hemos perdido. Llega la noche oscura de las Fox y los Murdoch. Un medievo de charlatanes y malabaristas, de corrupción tan diluida que parecerá virtud. No pierdo la esperanza, por el carácter cíclico de las aventuras humanas, de que se dé el regreso de un nuevo impulso de justicia y de verdad (la que está a nuestro alcance), pero sí de verlo. Dos convulsiones recientes (vividas por nuestra generación) crearon el espejismo de un cambio radical: la caída del muro de Berlín, como final de la tiranía voluntarista y la crisis económica como final de la satrapía económica. De las dos sale reforzado lo peor del ser humano revestido por los publicistas de energía dionisíaca y vitalidad genuina frente a la blandura de la compasión y la inteligencia aplicada a los problemas del ser humano. El Ex-tado del Bienestar se deforma retóricamente, primero, en estado de pereza y, después, se ataca con el cinismo más desvergonzado de la derecha y con la ingenuidad más débil o cómplice para aceptar los hechos consumados de la izquierda. Ser malo es divertido, por eso yo soy de esos raros que no le gustan los juegos malsanos de las consolas, tecnología que bien podría aplicarse a la educación tan necesitada como está de una verdadera revolución cognitiva y moral. Sí, hemos perdido, pero provisionalmente, volveremos reencarnados en los jóvenes.

Silencio Sr. Walker. Silencio, por favor.

18 Dic 2010

Acabo de oír a Antonio Garrigues en la Ser. Ha hablado de actitudes de los españoles ante la crisis y considera que no tenemos derecho a quejarnos, pues crisis es oportunidad y el que no es feliz es porque no quiere, aunque no es fácil una vez que se toma la decisión. Sostiene que no hay derecho a quejarse porque aunque percibamos un deterioro no estamos objetivamente mal. Supongo que parapetado detrás de un búnker de cristal stadip económico se pueden dar lecciones de ataraxia. Señor Walker no sé con quién habla usted. Se lo hiciera con los españoles que han sido engañados por sus líderes políticos, económicos y mediáticos. Los mismos españoles que ven que sus hijos van a tener, no menos oportunidades que sus padres de tener una vida digna, entiéndase educación, sanidad y una vejez, también digna, sino ninguna oportunidad en manos de las aves rapaces que han levantado el vuelo esta última crisis, ya veríamos que impresión recibía. ¿No hay derecho a quejarse que todos ustedes tan bien informados no hayan movido un dedo para decir el orteguiano ¡no es esto, no es esto! y vengan ahora a predicar felicidad? ¿No hay derecho a quejarse de que el país se haya deslizado hacia la bancarrota entre el fru-fru de los trajes de caros tejidos en el parlamento, el Banco de España y los clubes financieros? Le parece inmoral quejarse, ¿quizá le parece moral el silencio cómplice de toda la élite haciendo creer al país que el dinero circulantes era resultado de nuestra capacidad de trabajo e inteligencia, cuando, en realidad, era el resultado de una operación de prestidigitación para quedarse con un «bonus» en forma de regalía parlamentaria, honorarios en conflictos financieros, intereses bancarios o estímulos de los gestores empresariales de un nominal que no era nuestro sino de los detestables mercados? Sr Walker, los que nos quejamos les exigimos silencio.

Publinformación

18 Dic 2010

Lo inevitable estos días es asombrarse por la extraña estructura mental a la que han devenido los controladores aéreos, que son tan capaces de desconectar de la realidad que parecen aristócratas franceses en una fiesta tres días antes de la toma de La Bastilla. Pero lo que quiero comentar es este fenómeno preocupante de mezcla de «información» y publicidad que ha accedido a televisiones y radios derribando los último bastiones invisibles de la decencia periodística. Todavía esperaba que los grandes comunicadores estuvieran al margen, pero el domingo por la noche perdí toda esperanza. Supongo que estamos ya cerca de que los locutores de los informativos liguen con suavidad una frase sobre la tortura con cables en los genitales con un consejo publicitario sobre lámparas de bajo consumo. Çuando alguien nos informe ¿estará al servicio de la ciudadanía o de un corporación? La verdad acosada por la publicidad será imposible de reconocer. Tal parece que un sistema en el que todo el mundo es «empresario», algunos sin más patrimonio que su cuerpo y su mente, va a faltar tiempo y espacio para toda la publicidad necesaria. Así Gorbachov se agarra a un bolso y quizá pronto veamos a los parlamentarios hablando en el Congreso con un panel publicitario detrás ¿o quizá ha ocurrido ya y me he descuidado? ¿Para cuándo, pues, publicidad en nuestras prendas en invierno y en nuestra piel en verano? Es un horror, pero parece que toda la cultura se va a disolver en mercancía banal. ¿Es eso lo que nos espera? ¿O, los que otean las tendencias ya puede certificar su imparable emergencia?

Ni jubilado, ni ocupando el puesto de un joven.

17 Oct 2010

Los que hemos cumplido sesenta años, situados en el pensamiento vigente, estábamos ya conjugando el verbo «jubilar». Una palabra que indica a las claras que los españoles esperamos con júbilo el final de la obligación de trabajar (la primera maldición bíblica). Los anglosajones dicen «to retire», que apuntaba a una cierta tristeza por dejar de trabajar hasta que descubrieron el sol en Mazarrón. Sin embargo ahora estamos descubriendo que jubilarse es una irresponsabilidad y se propone prolongar la vida laboral. La razón no puede ser otra que reducir al mínimo el tiempo que un trabajador esté cobrando sin producir algo. Pero los jóvenes alertados, saliendo de la modorra en la que los estaba sumiendo los tóxicos electrónicos diseñados por los adultos, sospechas que eso prolongará por el otro extremo la duración de su tiempo de carencia. Supongo que el Estado cree que económicamente es mejor pagar a un jubilado y que, al tiempo, el joven viva con sus padres (pre)jubilados. Un disparate. Hagamos una propuesta mejor para todos. Los mayores dejamos los puestos de trabajo convencionales que serán ocupados por los jóvenes para que experimenten la emoción de hacerse cargo de sus vidas. Hasta ahí no hay nada nuevo excepto en lo de «puestos de trabajo convencionales». La propuesta resuelve los dos problemas planteados (jubilados que cobran para el ocio y jóvenes que no se integran). En efecto, los jóvenes ocupan los puestos de trabajo convencionales y los mayores nos ocupamos (en tiempo reducido proporcional a la caida de ingresos) de los puestos no convencionales con interés estratégico para el país. Veamos qué es eso de puestos no convencionales. Hace tiempo que distinguimos entre trabajo y empleo. La buena marcha de país ofrece más trabajo que puestos de trabajo, puesto que hay gran cantidad de tareas con gran impacto en la calidad de los servicios y productos que hoy en día no se realizan revistiendo a nuestro país de cierto halo de chapuza, tando en servicios tradicionales como en las empresas de tecnologías de moda. Ejemplo convencional: uno entra en un juzgado y experimenta vergüenza al ver los legajos amontonados. Ejemplo de empresa moderna: los procedimientos de calidad no se aplican por falta de personas que sepan relacionar la realidad con la formalidad. ¿Cuántos expertos informáticos se van a jubiliar con la cantidad de soporte lógico (software, dicen algunos) que se necesita en todo tipo de actividades?. En el ámbito educativo, se podría contribuir a personalizar la educación y formar trabajadores de sectores decaídos para su incorporación a sectores emergentes. Y siempre quedan la tareas que tradicionalmente llevan a cabo el voluntariado. Es decir los problemas son de tal importancia que, del mismo modo que saltaron la levitas y los sombreros de copa por poco funcionales, tienen que desaparecer los actuales esquemas en el mundo del trabajo (me niego a llamarlo mercado) para que los logros de la medicina prolongando la vida y la salud no se convierta en una maldición. Por lo menos hasta que lleguen los robots y todos podamos estar aburriendonos jubilosamente jubilados.

Los jóvenes desheredados

04 Oct 2010

Leyendo la noticia el sub-empleo de universitarios y recordando las encuestas de El País sobre los jóvenes (pre)parados y su escandaloso estado de paro, pensaba en lo escasamente competente que es nuestra sociedad para castigar a los responsables y corregir comportamientos en el futuro. Quizá uno de los aspectos que más me ha desconcertado de esta crisis es que aquellos que tenían la información y la obligación no actuaran en consecuencia. Unos por miedo y otros por cinismo han dejado que la sociedad española pensara que estaba progresando por sus propios méritos (España va bien) cuando en gran medida era el esfuerzo de otros el que nos financiaba. Mientras se firmaban sin descanso títulos de deuda que antes o después se vendría a cobrar o se estimulaba irresponsablemente al ¡todo vale! urbanístico, se mantenía una estructura productiva frágil y necesitada de grandes cambios. A lo que se sumaba que los órganos de la administración en vez de financiarse con los impuestos había mordido la manzana prohibida de la deuda a go-go. De este modo, los jóvenes se encuentran con que lo que heredan de sus padres es un país endeudado, que se ha gastado en dúplex, coches y viajes lo que no tenía estimulados por políticos y publicistas, y pensando que el crédito procedía del ahorro del propio país. Con lo que no les permitimos que vivan y creen su propio mundo comprometiéndose con él para progresar hacia las actividades que exigen los retos actuales, tales como la producción basada en el conocimiento orientada a verdaderas necesidades, el respeto medioambiental mediante la contención del consumo frívolo o la resolución de los problemas de redistribución mundial de las poblaciones y su pacífica convivencia. Al contrario, los dejamos sin recursos e incapaces de redimir nuestros pecados sociales, al tiempo que inventamos para ellos nuevas formas de aturdimiento. Y parafraseando a Machado, al fondo, los ecos de los que no distinguen las voces: políticos asustados, desconcertados o con bajo nivel de vergüenza por lo que se escucha. No hay más mensaje que desear que se busquen sus propios líderes, desarrollen sus propias ideas y hagan cuanta presión cívica y civilizada puedan para corregir cuanto antes este disparate de los adultos.

¡La socialdemocracia era a costa de nuestros hijos!

16 Sep 2010

La idea es sencilla, creíamos que la socialdemocracia consistía en un sistema reformista que redistribuiría la riqueza mediante los impuestos para dotar al conjunto de la ciudadanía de los servicios sanitarios, educativos, etc. socialmente convenidos. Los impuestos progresivos irían de los muchos con algo y los pocos con mucho a los muchísimos imprescindibles pero sin nada. Y ahora nos enteramos que los pocos con mucho son intocables, por si en un arranque patriótico se van del país con lo puesto (en Suiza). Y también nos enteramos que el bienestar disfrutado se ha pagado a la púa a cuenta de nuestros hijos, que tendrán que hacerse cargo trabajando mucho, parando más y cobrando menos durante largos años. ¿Socialdemocracia? ¡No, gracias! Al menos la socialdemocracia tramposa que alardea de un estado del bienestar que no puede pagar pero finge hacerlo.