04 Ene 2011
Hace una semana figurada se dijo que «bajar los impuestos es de izquierdas» y se hizo. Ayer se dijo «y lo haré cueste lo que (os) cueste, me cueste lo que me cueste…». Querido presidente, como dijo el torero al recibir el chorro de vapor de la locomotora en los andenes de Atocha: «esos cojones en Despeñaperros». Por fin, hoy se proporciona una teoría para que todo sea de izquierda. En efecto, en la potente página cuarta de El País se completa el deslizamiento por la pendiente y se ofrece ya un teoría Ad Hoc completa: engañarse es de izquierdas. Para ello, se sigue el manual de autoengaño. Primero, no se da una visión global de los antecedentes. La historia empieza donde conviene. Y conviene empezar diciendo que estamos endeudados hasta las cejas en las siguientes proporciones relativas: Gobierno 1, Gente y Empresas (no sé porque se mezclan) 3,5 y Bancos 2. En cuanto a las proporciones entre deuda procedente del ahorro nacional y extranjero, ganan los extranjeros 4 a 3. En términos de PIB (la traducción a dinero que produce el país cada año) debemos casi cuatro veces el trabajo de un año y más de la mitad al extranjero. Pero no se dice que si los gobiernos de Aznar establecieron las bases, los de Rodríguez consideraron que para qué chafar la fiesta y dejar de disfrutar del castizo “España va bien”. Ya habría tiempo de poder pasarle el testigo al incauto que pagará la cuenta. Y ese incauto ha resultado ser la siguiente generación de españolitos que mira con asombro a sus mayores y a su cara estúpida al despertar de la resaca. Estupendo, aquí tenemos la radiografía del éxito de nuestros gobernantes desde hace más de una década. Una vez que le cogimos el gusto al dinero europeo cuando pasábamos por pobres, decidimos seguir la juerga. Ni un toque a tiempo a los bancos para que dejaran de estimular la catástrofe privada, ni una señal a los inversores para que dejaran de inflar la burbuja, ni una señal a las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos para que dejaran de quitar aceras en buen estado para sustituirlas por otras construidas a toda la prisa que exigía la comisión. Ni una señal, ni una reprimenda, sólo irresponsabilidad que ahora nos presenta en forma de hechos consumados que hay que corregir con reformas. Reformas que creíamos propias de la derecha política que, coherente con sus predicados, juega al casino desde la seguridad económica y exige esfuerzo a los más desde la comodidad personal. Pues no, ahora resulta que ajustar las estructuras a costa en exclusiva de la mayoría es de izquierdas y, para que no se contamine esta nueva visión del progreso, no se tocan las grandes fortunas (los ricos son útiles) ni el fraude fiscal (los grandes estafadores son simpáticos). Y no se hace ni a título ejemplarizante. Ni para enviar el mensaje de que no se juega con el esfuerzo y el sufrimiento del país entero. Que tiene un coste endeudar a un país olvidando la fragilidad de su estructura productiva. No, ahora nos explican lo que ha pasado y cobran por ello, nos aturden con una televisión comercial tipo “Call now” y los gritos patéticos de supuestos analistas al ritmo de unos presentadores cómicos que se sienten todopoderosos al ver el papel preponderante que les toca jugar cuando ha colapsado la inteligencia. Ya sólo falta que se legalice el porro y se promocionen los manuales para buscar la felicidad en lo cotidiano. Olvidando que los ciudadanos de este siglo son gente capaz de soportar de sus políticos que digan la verdad. Que este país mal conducido por sus responsables (políticos, económicos, empresariales y sindicales) ha cometido un error de lesa juventud y que todos, todos, hemos de responder por ello, y que las casas no están bien en manos de los bancos, sino habitadas por seres humanos y que los dirigentes democráticos dimiten y el resto cesan o son cesados. Decir la verdad es de izquierdas y engañar y engañarse es de estúpidos. Y todo lo demás no es de izquierdas no basta con desearlo para que lo sea. No basta con tocarse las sienes y decir “este disparate es de izquierdas” 100 veces hasta comprender y luego, cuando se ha comprendido, ir y escribir un artículo o dar un discurso. Y eso es lo que desde hace cuatro años se está haciendo. La de hoy no es más que una tesis preelectoral. Concluyamos resignados: engañarse es de izquierdas.