25 May 2010
No habíamos tenido en España un caso Dreyfus en el que la contumacia de determinada parte de la justicia se empeñara en un condena a modo de acto ritual provocando la división del país y el bochorno internacional. Ya lo tenemos con el caso del juez Garzón, al que se lleva a la pira ante el escándalo de técnicos y profanos con argumentos tan débiles como que la demanda no es absurda. Prescindo de la vergüenza añadida de quienes son los demandantes, pues son más pretexto que texto y ni son víctimas del supuesto crimen (se trata de una causa judicial) ni son amparados por el fiscal. Su aparición en lugar tan solemne es un signo preocupante en extremo, pero lo es más que haya recibido respaldo de los patricios de canos cabellos que cuidan nuestro ser legal. El necesario respeto por nuestras instituciones nos paraliza y nos convierte en testigos gesticulantes pero ineficaces. Dreyfus fue condenado a cárcel y escarnio, primero, y rehabilitado después, cuando las pruebas de su inocencia se hicieron ineludibles. Esto lleva el mismo camino, pero ¿quién es nuestro Zola?.