16 Jul 2010
Cuando Renzo Piano y Richard Rogers pensaron el Centro Pompidou probablemente eran ya conscientes de lo que llegaba al galope: una era de paulatino desventramiento de toda la carcasa que desde el siglo XVI se había construido a base de falsedad y de miedo. Hoy en día ya no queda el tipo de falsedad más grosera, pero el miedo reina. En efecto, hemos vivido la inercia de la contrarreforma hasta prácticamente este momento en el que la mina colocada en 1789 termina de explotar, ahora, en forma de exhibición de todas las infraestructuras del mundo(cloacas las llamó alguien). Así, la economía deja de ser un instrumento y se convierte en el tema de conversación global, la codicia deja de ser un defecto para mostrarse orgullosa con el halo de glamour y, una buena noticia al menos, el pus de las prácticas morbosas en la Iglesia Católica sale manchandolo todo, pero aclarandolo todo al tiempo. Al menos ahora se sabe qué y dónde limpiar. Las tripas al aire. Todo el intento barroco de superponer capas de ornamento a las formas que resultan de la función ha sido desechado. Es hora de limpieza. Pero esa limpieza llega con su luz y su sombra. La luz del desenmascaramiento de la mentira institucional más grave y la sombra de la franqueza obscena de la codicia sin freno que perfilan nuestro futuro más inmediato.