La realidad es lo que existe tal y como lo conocemos a través de nuestros sentidos en sus expresiones físicas y a través de nuestras creencias y teorías científicas costosamente propuestas, refutadas y renovadas en cuidadoso contraste con experimentos ad hoc o la experiencia. Este enfoque parece llevar al solipsismo pero la consistencia de la interacción entre individuos convierte a esta postura en casi una teoría de la conspiración, por la alta improbabilidad de que tantas coincidencias en la descripción de la realidad, aunque sea desviada de cómo la perciba un ser con distinto aparato sensitivo, tenga origen en una construcción individual de las vidas de los demás.
La realidad es tautológica y relativa. Tautológica porque no hay discontinuidad esencial entre los principios que rigen la mente y el resto del universo aunque los distintos niveles de complejidad generan leyes emergentes pero subalternas propias. La realidad mental es parte de la realidad toda. El observador es protagonista de un acontecimiento único: la afección compleja de una parte de la realidad por el resto de la misma. El acto de conocer es el acto de repliegue de una realidad sobre otra por todos los canales al alcance. Es un acto de comunicación y un acto de amor.
La realidad es relativa porque sus dimensiones fundamentales dependen del nivel de energía pero la experiencia local no cambia. Lo que llamamos espacio y tiempo se contraen y dilatan para que sea posible la misma experiencia física en sistemas con distintos niveles de energía (movimiento), como consecuencia de la independencia de la velocidad de la luz respecto la velocidad del sistema en el que es emitida. Pero esta relatividad no se agota en lo físico, pues la experiencia psicológica tampoco cambia, dada la constancia de la respuesta emocional con independencia de la diferencias culturales. Así la relatividad física acaba con el concepto metafísico de simultaneidad y la relatividad psicológica con el concepto metafísico de cultura universal. Sin embargo, lo que en el ámbito físico no puede cambiarse, en el ámbito humano cabe la posibilidad de convergencia debido a una constante universal fundamental en el ser humano que es el rechazo al sufrimiento.
La realidad es aquello a lo que la verdad señala, a lo que, cuando se vive en la verdad, se abraza o refiere. La realidad es el significado de La Verdad. El problema es que la realidad la conocemos mediante nuestras capacidades y elaboraciones sensoriales y mentales con el riesgo de deformación ideológica y emocional. La especie humana va costosamente construyendo la verdad desechando versiones de la realidad y sustituyendolas por otras mejor adaptadas sensorialmente, mentalmente y ejecutivamente a los hechos que ella misma provoca en sus experimentos físicos o sociales a medida que produce artefactos tecnológicos o institucionales. Artefactos que excitan la realidad aumentando la velocidad de los cambios y, por tanto, el número de desafíos. La realidad conocida por los sentidos aumenta incesantemente por la acción mental y los efectos de la pulsión experimentadora del ser humano, que nunca deja de provocar lo que puede ser provocado. La realidad espontánea o la provocada por nuestra acción nunca mienten. La realidad responde a nuestros experimentos de acuerdo a las leyes naturales (físicas, psicológicas o sociológicas) aunque no sepamos interpretar en primera instancia los resultados. La realidad en su conjunto y en sus partes cuánticas, minerales, biológicas, humanas y cibernéticas es más compleja que la capacidad de la propia realidad, que nosotros somos, de crear patrones cognitivos bien adaptados mientras llegan nuevos hechos, a lo que se une la inercia generalizada a cambiar de patrones. Incluso hoy en día se invita a la gente antes a cambiar de patrones cognitivos relacionados con la producción física de riqueza, que a converger en algunos principios que alterarían la mayoría de los comportamientos interesados del mundo de la política, la empresa y las religiones. Estos principios son, como ya se ha adelantado, el de respeto a la integridad física y psicológica del individuo y al respeto a la integridad funcional de la naturaleza.
Rechazo una versión creacionista del mundo en el sentido fuerte de que la realidad es eterna, pero sus leyes de comportamiento no. La realidad es mutable a ritmos relativos distintos según concentraciones de energía. La eternidad de la realidad soporta las dificultades de las antinomias de Kant y el argumento de Nietzsche del Eterno Retorno. El argumento de Nietzsche es el siguiente: cada presente divide al tiempo en dos infinidades de acontecimientos. La transcurrida y la por transcurrir en un mundo eterno. Pero si antes de este presente (el de Nietzsche o el mío) ha transcurrido una eternidad, todo ha debido suceder ya y si después de este presente nos espera una eternidad toda deberá de ocurrir de nuevo. Y si es así los más nimios acontecimientos se repetirán antes o después. Pero el caso es que nuestro presente no divide los acontecimientos en antes de mi y después de mi, sino que mi presente es un acontecimientos más (por significativo que sea para mí) de los muchos que han de producirse en un mundo que es (no que dura). No debemos hablar de duración si no de ser y cambio. Decir ser y tiempo es apelar a la falacia del tiempo absoluto en el que ocurren los acontecimientos y el espacio absoluto en el que están los entes. El propio Kant imaginaba un espacio sin cosas, cuando son las cosas las que crean el espacio. Y pensaba en un tiempo sin acontecimientos, cuando son los acontecimientos los que crea los que llamamos tiempo y deberíamos llamar cambio. El fallo en el razonamiento reside, primero, en creer que el tiempo tiene sustancia propia, cuando es la medida del cambio (como ya dijo Aristóteles) y, segundo, en considerar que todo puede suceder en una eternidad, cuando los acontecimientos no suceden en una eternidad, sino que, al contrario y en todo caso, la eternidad está sucediendo en los acontecimientos. Y los acontecimientos son cambios que, en el peor y más monótono de los casos, se pueden repetir localmente, aisladamente, pero nunca en las superestructuras complejas que constituyen acontecimientos como nuestra vida, la aparición del planeta Tierra o las Guerras Púnicas, cuyo acontecer cambia las reglas del futuro juego. Lo único infinito es la capacidad de cambio y combinación de acontecimientos que crean nuevos entes. La novedad surge en cada una de las combinaciones espontáneas de la naturaleza física o premeditada de la naturaleza humana. Premeditación que debe ser entendida como inauguración de una novedad (Hanna Arendt), curvatura del espacio de los acontecimientos, para que sucedan otros juzgados útiles, que no habrían sucedido en el momento deseado de haber dejado a un determinado sistema al azar de sus posibilidades. Acontecimiento premeditado que siempre son más complejo en su estructura y consecuencias de lo que hayamos podido prever, como la propia historia del ser humano pone de manifiesto, en la que las repeticiones sólo son apariencias formales creadas por el pensamiento abstracto para sus análisis siempre tardíos. Premeditación que cambiaría de signo con una pequeña desviación al principio de la serie (efecto mariposa).
Infinitos cambios caben en la misma eternidad, si se prefiere este lenguaje, aunque sería mejor que infinitos cambios se pueden dar en el Ser (sin alusión alguna al tiempo). Ni el futuro ni el pasado son recipientes cuya capacidad produzca paradojas. Se parece más a las coordenadas sobre una superficie cerrada. ¿Cuántas posiciones relativas pueden ocupar tres partículas atómicas sobre la misma si cada cambio de posición genera una nueva forma y extensión de la superficie sin reglas de formación a priori? La concepción absoluta del tiempo equivale a pensar que la superficie permanece siempre igual limitando el número de soluciones al problema. La amenaza del Eterno Retorno debe ser desechada. El futuro está abierto para el bien y mal del conjunto del mundo y nuestras trémulas vidas pioneras. El pasado es recuerdo y el futuro imaginación No hay flecha del tiempo de la nada a la nada. Los acontecimientos no van del pasado al futuro. De hecho no van, ocurren. Si fuéramos capaces de que el pasado «volviera», se daría la paradoja de que ocurriría en el futuro, puesto que si llamamos futuro a lo que ocurre después, todo lo que suceda al momento en que conseguimos reproducir el pasado sucede, paradójicamente, en el futuro. Obviamente para explicar esta extraña situación utilizo nuestra familiar terminología, porque sólo en ella se puede percibir la paradoja. También resulta curiosa la afirmación deducida de la segunda ley de la termodinámica. La conocida entropía, que nos dice que el mundo camina hacia un estado de total desorden desde un orden previo. En el momento que escribo esto el universo ha alcanzado la mayor complejidad de la que se tiene registro. Luego ha cambiado de lo menos complejo a lo más complejo. Otra cuestión es que la complejidad necesite de una enorme energía para mantenerse así, dado que el universo parece tender a regresar, no a avanzar, a su estado previo de desorden. Tal vez el orden genere más desorden relativo y la media sea regresiva. Tenemos pues dos potentes corrientes ya identificadas por Freud como ‘eros’ y ‘thanatos’. La complejidad es amor y la disolución muerte.
En el caso de Kant se parte de una concepción del tiempo como un absoluto al margen de los acontecimientos que se dan en él. Con esta concepción del tiempo la antinomia de la eternidad o no del universo son imbatibles. Pero el tiempo es el cambio de los acontecimientos mismos. El pulso de un átomo no se da en el tiempo, sino que su medida y su comparación con otro pulso es el tiempo. Ahora podemos concebir al universo como un gran acontecimiento eterno en su conjunto y mutable en sus partes y extensión. Cada presente puede ser el final de una secuencia infinita porque no existe tal secuencia infinita y, por tanto, no hay acumulación de secuencias infinitas absurdas. Cada segundo acontecido no suma un instante a una cadena infinita de instantes en la que ya nada cabe, sino que cada segundo acontecido es el modo que llamamos a cada cambio acontecido en una permanencia del ser ya dada. Cada cambio no añade nada excepto cambio al resto del universo por su influencia. Por supuesto, que ahora sí funciona como tesis sin antítesis la segunda parte de la antinomia, aquella de que el mundo no pudo tener un comienzo porque de la nada, nada sale. De hecho hasta el concepto de nada entra en crisis, pues Paul Dirac nos habla de un vació productivo en el que se puede imaginar la separación de la nada en dos entidades contrarias: la materia y la antimateria. Apariciones fugaces que inmediatamente caen sobre sí mismas neutralizándose de nuevo en la nada. Así se podría concebir el acto de creación como una anomalía en la que la separación se vuelve establemente consistente. En este caso la persistencia del ser se podría enunciar tanto de la nada como de los entes. El ser pasaría a ser un concepto englobador de la nada y lo que hemos llamado hasta ahora ingenuamente el ser. El acto creativo que el Big Bang presupone en realidad es un nuevo estado de la nada.
La expresión el mundo es creado en un determinado momento no tiene sentido, porque no hay un tiempo al margen del mundo. De hecho, lo que entendemos por tiempo nacería con el mundo si fuera el caso, pero no hay caso porque no hay un tiempo en el que un acontecimiento como la creación ocurra. Finalmente, es legítimo preguntarse si el mundo es eterno, y por qué la inteligencia aparece en un momento determinado 13000 millones de años después del Big Bang. Una posible explicación sería la cíclica expansión y contracción del universo. En cada expansión empezaría la aventura del despertar de la inteligencia hasta una parusía con la fusión completa que daría paso a una nueva expansión. Cíclica natividad y tragedia, polos de un vaivén cósmico que pasa de la vida a la muerte para volver a nacer sin descanso, una vez producida la originaria separación de materia y antimateria preexistentes latentes en la nada. Despertar de la naturaleza a la contemplación de sí misma en las generaciones de individuos anhelantes que son premiados con una vida tan larga como la inteligencia de la propia naturaleza que aportamos nosotros y el regreso cataclismático (expresión de Josep Pla) al pozo de la inconsciencia permita.
En ese marco, nuestro ser sería el soporte de la onda vital del que los genes son portadores en una aventura más fantástica que ninguna otra, en la que la naturaleza porfía por probarlo todo, incluso la inteligencia y la sensibilidad. Un aventura tan fascinante y que nos concierne tanto que sorprende el grado de despiste con el que nos gobernamos los humanos.Cuando Leibniz dice que este es el mejor de los mundos posibles, debería haber añadido siempre que no lo haya concebido un dios. Cuando Heidegger escribe sus bellas páginas sobre el Dasein, está buscando las constantes universales de nuestro ser pero, en cuanto se dejó llevar por su propia mística, se deslizó hacía una vía muerta: la de la imposición por la violencia de una concepción patológica de la vida. Cuando Hegel cree que ya se ha encarnado el Espíritu Absoluto en el Estado prusiano, sufre el mismo espejismo que Martin: el de olvidarse de que la integridad de cada individuo no puede ser sacrificada a ninguna epopeya. Cuando Kierkegaard tira de la metafísica hacia tierra, convierte bellamente su desgracia personal en una reclamación a la mística homicida. Pero la tendencia del ser humano a moverse cíclicamente, generó rápidamente una nueva mística materialista que costó millones de vidas. La actual mística liberal sacrifica individuos de los que no puede decirse que no merezcan una vida mejor, porque los resultados del progreso no son propiedad de nadie y, por tanto, no pueden tener otra meta que el bien común. La desdicha es que cuando esta debilidad del movimiento liberal genera desgracia generalizada, que se manifiesta en molestos movimientos migratorios, los beneficiados por ese modo de proceder con los resultados de su acción, se enrocan sobres sís mismos con políticas proteccionistas en los económico y lo social. Lamentablemente la estupidez manifiesta de las élites se correlaciona con la estupidez latente en la ciudadanía que los lleva al poder a pesar de las groseras características de su liderazgo.
© Antonio Garrido Hernández. 2013. Todos los derechos reservados.