05 Abr 2009
Los países no quieren perder talento, inteligencia, conocimiento, creatividad y, para eso, ¿qué hacen? ¿pagar a jóvenes o maduros científicos sueldos muy importantes y proporcionarles medios sofisticados para la búsqueda de soluciones a los problemas de salud, alimentación…? ¿Estimular la buena docencia y la extensión del conocimiento para que toda inteligencia tenga su oportunidad de ser reconocida y formar buenos ciudadanos?. NO. El único talento que les preocupa al parecer es el de manejar grandes empresas, bancos o entidades financieras. Para estos talentos gestores, dinero en cantidades obscenas, respeto a sus contratos, protección para que puedan evacuar sus oráculos. Pero ¿qué decisión brillante, qué acción audaz, qué intuición asombrosa, vale un sueldo equivalente a un presupuesto estatal? ¿qué pérdida de referencias ha experimentado el mundo para soportar el engaño sostenido de que las ideas en la planta 70 de un rascacielos tienen más valor que las que se dan en la planta baja de un laboratorio o un universidad? Esos extraños y silenciosos seres revestidos de alpaca y cordobán a los que rara vez se les escucha y cuando abren la boca no dicen nada más que obviedades y suele ser delante de un juez, estoy convencido que aceptaría sueldos más razonables si otros no los cobran. Es decir, la cuestión es de agravio comparativo, de mera envidia, como con los deportistas, que son el segundo enigma en materia de sueldos. Una personita de 20 años con habilidades atléticas seguro que encontraría natural cobrar un millón de euros si el que más gana en su entorno gana un poco más, pero le resultará «insoportable» si los demás ganan seis u ocho millones, momento en el que «dejan de ser felices». Esta infelicidad es la que experimentan nuestros ejecutivos en sus agresivos todoterreno y desde sus sobredimensionadas mansiones. Que Prozac les asista.