18 Mar 2009
La tercera generación de neoliberales (los de Tacher y Reagan) creían o hicieron creer que era necesario favorecer la riqueza de unos pocos para asegurar la prosperidad de unos muchos. Pues ha sido mentira en el sentido profundo que le dan al término los pragmatistas: es mentira porque ha fracasado. Un engaño, un laberinto de espejos en el que todos hemos visto nuestra imagen con trajes de alpaca y cuello de camisa mirando hacia atrás rodeados de corbatas llamativas junto a trajes de diseño compitiendo en los ayuntamientos y los parlamentos. Un engaño que ha sido posible por el poder ilusionista del color, la tersura y la transparencia que la tecnología posibilita. Pantallas de plasma para el engaño, edificios de superficies pulidas para la conspiración de la codicia. ¿Burbuja inmobiliaria? ¡qué tontería! ¡pobre construcción!, burbuja planetaria, estupidez global. Con un resultado abrumador: el futuro de nuestro hijos comprometido por habernos comido el planeta por los polos para transformar su energía, conservada durante evos, en tonterías sin remisión y en residuos repulsivos. Y como metáfora el golf. Un deporte que consiste en «meter una bola» (una trola, habría que decir) en un agujero (el de nuestra boca abierta de papanatas).