§ Prólogo
La primera virtud que debe mostrar cualquier comentarista de la realidad al nivel de profundidad que lo haga es la paciencia. Paciencia para no ir más lejos, de lo que los datos y teorías explicativas bien fundadas permitan con un cierto intervalo para la creatividad. Otra postura es impostura. Un ejemplo palmario de lo que quiero decir es esta frase del Ervin Laszlo en su libro La Naturaleza de la Realidad (p. 103):
«La muerte no es el final de la existencia; es meramente una transición del modo de vibración de multifrecuencia al de frecuencia simple y receptividad resonante.»
Tal parece que la vida y la muerte son sucesos en un osciloscopio. Refuerza esta impresión de precipitación de nuevo hacia la superstición aferrados a las ambigüedades provisionales de la física cuántica. De aquí al espiritismo no hay más que un paso que se da en la página 83 cuando se incluye el testimonio de una medium con los mensajes de muy muerto y escéptico Bertrand Russell desde ultratumba. Como decía el propio Russell: del hecho de que cada uno de los seres humanos tenga madre, no se desprende que la humanidad la tenga. Dicho esto, comparto con Laszlo la opinión de que la solución de los problemas crecientemente complejos de la humanidad tendrán solución por la intervención de instituciones a la escala de los problemas.
La segunda virtud sería la humildad, puesto que inevitablemente cada punto de vista es parcial y resultado de una combinación de actitud, educación, lecturas y grado de crítica de sus posiciones en el entorno al que lleguen éstas. Por eso lo que aquí se dice se ha adjetivado como ingenuo, naíf. Hay que estar preparado para que cualquier edificio intelectual que se edifique sea demolido por la carga explosiva pequeña pero decisiva en alguno de sus pilares principales consistente en una opinión contradictoria bien fundada. Konrad Lorenz confesaba en unas conversaciones con Karl Popper que sufría mucho cuando estaba escribiendo un libro debido a que se representaba con anticipación la crítica de sus detractores; Lord Kelvin tuvo reticencias con la teoría de la relatividad y Abert Einstein con la teoría cuántica, pero la vida científica sigue. En este orden de cosas, seguiré la enseñanza de Sokal en su libro Imposturas Intelectuales acerca del uso de la ciencia de forma poco rigurosa. Algo así como «no tomaré los contenidos de la ciencia en vano»
En definitiva que, puesto que la actividad intelectual está ligada a las emociones (lo contrario sería sorprendente) no es de extrañar que cada genio y cada ingenio se quede emocionalmente atrapado por sus propias ideas, por lo que se necesita un sistema implacable de demolición y sustitución de teorías cuando la evidencias lo hacen necesario. La paciencia evita que se den saltos al vacío y la humildad que se de ese salto suicida por la depresión de haber sido relegado al cajón de la historia de las ideas abandonando el palacio de la reputación de ser el vigente rey intelectual de alguna disciplina.
El motor principal de este texto es la pasión por el gran misterio de la existencia frente al entretenimiento estupefaciente. La vida cotidiana con su vértigo exige de nosotros casi toda la atención salvo que, obviamente, se dedique uno profesionalmente al estudio de la cosmología, la teología o la metafísica, pongamos por caso. Aristóteles decía con cierta ingenuidad estadística en la primera línea de su Metafísica que:
«Todos los hombres necesitan por naturaleza saber«.
Obviamente esto es verdad, pero a escalas muy distintas entre el conocimiento para la acción de supervivencia biológica o el conocimiento para la supervivencia espiritual que es más escaso. También es fácil constatar que todos apreciamos el conocimiento, pero no todos apreciamos el esfuerzo de conseguirlo. Quizá una de las razones que frenan el conocimiento sea el tapón que las religiones son para el hambre de conocimiento al dar una receta imbatible: pase lo que pase durante la existencia individual hay vida tras la muerte y, cumpliendo determinadas condiciones, hay una vida muy satisfactoria. Pero ingenuo o no, Aristóteles ya enunciaba con esta frase una de las estructuras existenciales del ser humano, que se completa con otras como la necesidad de afecto y reconocimiento, que se contiene en la justamente famosa frase de Hegel en el capítulo IV de su Fenomenología del Espíritu:
«La autoconciencia sólo alcanza su satisfacción en otra autoconciencia» .
Así se describe un ser que quiere conocer y ser querido, lo que es coherente con los poderosos deseos de reconocimiento que tienen los seres humanos. Se podría decir que junto al sexo con su audible mandato para la reproducción biológica, el conocimiento es la otra fuerza para la supervivencia de la especie. Ha tardado en despegar, especialmente hasta que consiguió desalojar los propósitos mágicos del ámbito de las matemáticas para convertirlas en la poderosa y, también, temible herramienta que hoy es, pues se utiliza tanto para la salud como para la muerte. En nuestra época, con la ciencia matematizada, el ser humano encara problemas a nivel cósmico. El cerebro universal ya tiene a grandes rasgos todo el universo en su interior, como decía bellamente Emily Dickinson. Ahora faltan los detalles y la paciencia para llevar a cabo toda la tarea que el conocimiento sugiere. También hay que alertar sobre la posibilidad de que con el conocimiento ocurra como con la riqueza que se concentre en pocas manos, una vez que la tecnología desarrolla poderosas herramientas de sometimiento. La esperanza se funda en que una nueva aristocracia ya no tiene cabida en una sociedad en la que se extiende la lucidez de una nueva ilustración que no debe cometer el error de la primera, que fue dejar las emociones fuera del foco de su interés. La sociedad de futuro debe conseguir que conocimiento científico y humanístico vayan de la mano de emociones fuertemente unidas a los valores de una civilización ilustrada y compasiva, rehuyendo lastres como el tribalismo o la superstición.
§ Introducción
Este documento surgió en el marco de mis clases de Filosofía para la Arquitectura y la Ingeniería en la Escuela de Arquitectura y Edificación de la Universidad Politécnica de Cartagena entre 2005 y 2016. Eran unos cursos dirigidos a proponer a los estudiantes, que voluntariamente acudían de cualquiera de las especialidades de la universidad, a que reflexionaran sobre sus estudios y la futura profesión a ejercer en un marco más amplio que la mera eficacia al servicio de la productividad.
Su introducción era la siguiente: «Este es un texto que tiene el propósito de objetivar las opiniones presentadas oralmente por el profesor para que el alumno pueda fundar su acuerdo o discrepancia. Esta asignatura pretende, en primer lugar, invitar a contar con un marco filosófico de referencia propio y provisional. Propio porque si no es así lo olvidaría pronto y no le sería útil. Provisional, porque debe estar atento a incorporar ideas ajenas o rechazar ideas propias a medida que el diálogo con otros y consigo mismo lo haga conveniente.»
En general, la dificultad de entendimiento entre personas se basa en el trato superficial con las palabras. Las usamos sin comprender el concepto asociado por el interlocutor favoreciendo distintas interpretaciones y, por tanto, la incomunicación parcial. Contar con un marco de referencia le permitirá comprender la naturaleza tautológica y relativa de la realidad y de la verdad como nexo entre la versión humana de la realidad y la realidad misma, que los abraza. Un territorio lleno de ambigüedad, tan atractivo como peligroso si no se cuenta con alguna referencia absoluta para la especie, que no puede ser otra, en mi opinión que la integridad física y psíquica de cada individuo, lo que implica la armonía con el entorno natural.
Entre las cosas que se proponía al alumno era la comprensión comprender de la naturaleza de su futura profesión; su razón de ser y el ser de su razón. La acción competente en una profesión requiere la pericia técnica y la pericia humana. La primera no será sin la segunda. Incluso cuando se es estudiante, si no se tiene un horizonte, el aprendizaje técnico será desorientado, distraído y poco intenso. La pericia técnica incluye comprender que el aprendizaje técnico ha de ser significativo sin olvidar el uso selectivo de la memoria, que queda reservada, en primer lugar, para los datos sin significado por su carácter convencional (nombres, símbolos) y, en segundo lugar, para reforzar el recuerdo de lo comprendido. La pericia humana requiere, además de la experiencia directa como aprendiz de la vida, una reflexión explícita para ordenar la acción y la realimentación de la vida en los intensos años de juventud. Las profesiones de la ingeniería y la arquitectura, a despecho de rivalidades incomprensibles de la parte más mediocre del ejercicio profesional, son fundamentales para el mundo moderno, que está abocado a fuertes transformaciones materiales y operativas. Pero se necesitan profesionales con perspectiva global sobre el para qué la ingeniería y el para qué la arquitectura. En ese supuesto de auto reflexión ambas cobran un brillo que hace de su ejercicio el complemento de la aventura de la vida, convirtiendo el trabajo en lo que debe ser: una oportunidad de desarrollo personal y contribución al desarrollo social en vez de una maldición.
A lo que aquí se dice se lo denomina filosofía naíf porque el autor parte del reconocimiento de su ingenuidad ante la complejidad del mundo desvelada por la propia filosofía y, sobre todo, por la ciencia. Nunca ha sido un buen momento para la soberbia, pero especialmente ahora, en la segunda década del siglo XXI, es especialmente necesario adoptar una postura humilde ante la avalancha de datos e interpretaciones; a lo que se añade el peligro de falsas certezas que mezclando los antiguos miedos a los nuevos hacen posible decisiones irracionales que conducen a las sociedades por el borde del precipicio autodestructivo. Pero es también una filosofía naíf porque el autor ha desarrollado su actividad profesional en un contexto ingenieril, siendo su vocación filosófica una constante vital, pero ejercida durante demasiados años como un placer diletante aislado de la actividad académica formal y las discusiones de los filósofos profesionales, lo que estoy seguro que se nota tanto en el contenido como en la forma.
Aquí se presenta un pensamiento naturalista e idealista, histórico y contemporáneo, hermenéutico y racional, tautológico y relativo (no relativista). Naturalista porque no se contempla ningún otro principio que la naturaleza, pero entendiendo por tal desde las fuerzas físicas y los emergentes procesos biológicos hasta los más sutiles procesos de la conciencia. Algo parecido al plano de inmanencia de Deleuze. En el pasado el naturalismo se presentaba como opuesto a lo humano y se veía con sospecha buscar explicaciones del comportamiento humano en su estructura natural. Pero es extraordinariamente fecunda la actitud de afrontar la realidad como un enigma no condicionado a la intervención de una deidad externa o interna. La actitud de reconocerse parte de un proceso prodigioso de complicación y especificación del que somos el más elaborado eslabón. Una actitud de total libertad del pensamiento para descifrar la realidad de la que formamos parte. Histórico porque el ser humano de forma cíclica y, al tiempo, abierta, avanza en continua lucha consigo mismo y la naturaleza que lo constituye. Idealista para no perder de vista el carácter unitario de la relación sujeto-objeto, fundamentada en un unidad basal que es compatible con el laberinto de las diferencias que observa el sentido común y el hecho incontrovertible de que toda acción es acción del sujeto que abraza al objeto y lo humaniza. Hermenéutico porque en los términos de Heidegger, existir es interpretar y, en ello residen la mayor parte de los problemas de comunicación entre los seres humanos. Es algo que se puede comprobar desde las relaciones personales hasta la más compleja geoestrategia. Racional porque aunque la razón es parte de la naturaleza, su extraordinaria capacidad de pensar la realidad tal y como la interpreta conlleva una potente transformación creativa. Tautológico puesto que se considera que la conciencia, en su rozamiento permanente con la realidad exterior e interior, lleva a cabo una pirueta reflexiva buscando la convergencia con el mundo del que la propia conciencia forma parte. Es decir, la conciencia tantea formas a priori en su propio cerebro que acaban siendo informativas por ser la propia mente un componente de la realidad que se tantea. De esta forma la expresión de ese conocimiento acaba siendo tautológico (analítico) cuando se ajusta en la acción práctica. Y es Relativo porque la inevitable localidad física y epistemológica de la perspectiva de todo tipo de conocimiento obliga, primero, al reconocimiento de esta situación y, segundo, a un esfuerzo de creación de un plano intersubjetivo en el que convenir determinadas interpretaciones. Perspectivismo que afecta, no sólo al conocimiento de la naturaleza, sino al posicionamiento como especie frente a los «intereses» del resto de especies naturales. Se propugna el amor a la verdad, pero a una verdad compleja y poliédrica más allá de la que habitualmente se asocia al conocimiento abstracto. La verdad es el resultado de una mirada sin prejuicios a los hechos y de una interpretación de los hechos inevitablemente prejuzgada por nuestros intereses. Por ello es imprescindible la convergencia compleja de muchos puntos de vista hasta el agotamiento de las pruebas y los argumentos.
La palabra espiritual proviene de spirare (soplar), lo que nos sugiere que, cuando el ser humano necesita una metáfora de sus sueños de trascendencia, echa mano de aquello que le sugiere inmaterialidad como el aire o la luz, aunque la ciencia haya materializado los soportes de éstos sentidos figurados y, al tiempo, haya desmaterializado en cierto modo a la materia al presentarla como energía concentrada. Aquí, desde luego, no se hipostasia la materia que, al perder gran parte de su «solidez» percibida para diluirse en un juego bullicioso de partículas a vertiginosas velocidades, nos mira con asombro por nuestra metafísica candidez ávida de solidez, gravedad y duración; pero no huimos de lo material, que es energía y promesa de una vida buena para los seres humanos como hijos de la naturaleza y sus humanizadores. Lo que nos interesa del concepto de materia es, precisamente, lo que esta palabra sugiere de relación íntima del ser humano con la naturaleza. Sutiles hilos que nos atan y nos liberan. Tan sutiles que nos olvidamos de su existencia hasta el punto de pensar que estamos de paso en un mundo ajeno, cuando en realidad es nuestra casa, como muestra el ejercicio físico en el que podemos perder algo tan tangible como la masa corporal por el mero hecho de consumir energía ¡andando!. Literalmente, nos disolvemos en el aire. ¿Somos aire, querido Anaxímenes?.
El Ser Humano siente, piensa, produce (actúa) y juzga. En esas acciones hereda (filogénesis) o genera (ontogénesis) patrones por repetición, costumbre o creatividad de tipo sensitivo, cognitivo y práctico. Con los patrones sensitivos se da forma al vértigo de sensaciones físicas que nos abrumarían si no fueran traducidas de ondas en colores y sonidos; de moléculas en sólidos y líquidos en sabores; de moléculas en gases en olores y de presiones cinéticas en temperatura o caricias. El eco de la actividad física de un cuerpo vivo «observada» como reflejo por la memoria actualizada de tal eco constituye al Yo como un meta-qualia sustituto de la corriente compleja de sensaciones internas. Yo que puede juzgar la belleza (vista y oído), el placer, el dolor, el asco o el exceso o defecto de energía cinética en su piel (olfato, gusto y tacto); las ideas, las acciones ejecutadas y, finalmente, decidir las acciones futuras. Juicio que lleva a cabo con los patrones heredados (biológicos o sociales) o construidos biográficamente.
Con los patrones cognitivos, en su compulsiva generación de teorías, da un salto fundamental y convierte en cultural todo lo que le llega del mundo: la luz en arte plástico y literario, el sonido en música, el sabor en refinamiento culinario, el olor en refinamiento perfumado y el tacto en sofisticación sensual. Con ellos discierne sobre el grado de adecuación entre sus creencias, principios o teorías y la realidad construida tras cuidadosas sutilezas teóricas desde Tales de Mileto y experimentos intersubjetivos y reproducibles desde Galileo Galilei. Finalmente, los patrones práctico-utilitarios le permiten enjuiciar la eficacia de su propia acción productiva (artefactos e instituciones) y los patrones práctico-EML (Ético, Moral, Legal). Los términos «productivo» y «práctico» se usan en el sentido de Aristóteles; es decir, asociado al concepto de «poiesis» para la utilidad y de «praxis» para la acción buena. En el ámbito de los práctico identificamos dos tipos de patrones: los del tipo productivo-material (tecnológico) y los del tipo productivo-institucional. En el ámbito de lo práctico, además, identificamos tres tipos de patrones: práctico-ético, práctico-moral y práctico-legal que le permiten juzgar la intención y los resultados de su acción en relación con su aspiración de armonía subjetiva, social costumbrista y social racional. Llamamos tentativamente éticos a los patrones prácticos del individuo, cuya conculcación produce culpa; morales a los patrones prácticos sociales, cuyo incumplimiento público produce vergüenza, y legales a aquellos que cuando son transgredidos se considera socialmente disfuncional (patrones legales) generando pérdida de libertad o del patrimonio.
Estos tres paquetes de patrones están relacionados con la tríada justamente famosa que forman los tres grandes universales, las tres grandes Ideas de Platón: la Verdad, La Bondad y la Belleza. Este libro se va a organizar, por tanto en tres partes correspondiente a cada uno de estos universales, pero sin renunciar a la influencia de cada una de ellos sobre los demás clarificándolos y dando unidad al ser humano. Tres ámbitos que se cruzan con la actividad sensorial, intelectual y práctica del ser humao.
§ Exordio
Dado que tres de las ideas de Platón estructuran este trabajo es adecuado que escuchemos su voz en lo relativo a los tres conceptos aludidos (República VII, 516 b. Ed. Gredos, p. 342):
Pues bien, querido Glaucón, debemos aplicar íntegra esta alegoría a lo que anteriormente ha sido dicho (la alegoría de la caverna), comparando la región que se manifiesta por medio de la vista con la morada-prisión, y la luz del fuego que hay en ella con el poder del sol; compara, por otro lado, el ascenso y la contemplación de las cosas de arriba con el camino del alma hacia el ámbito inteligible, y no te equivocarás en cuanto a lo que estoy esperando, y que es lo que deseas oir. Dios sabe si esto es realmente cierto; en todo caso, lo que a mí me parece es que lo que dentro de los cognoscible se ve al final, y con dificultad. es la idea de Bien. Una vez percibida, ha de concluirse que es la causa de todas las cosas rectas y bellas que en el ámbito visible ha engendrado la luz y al señor de ésta, y que en el ámbito inteligible es señora y productora de la verdad y de la inteligencia, y que es necesario tenerla en vista para poder obrar con sabiduría tanto en lo privado como en lo público.
Cuando se llega arriba, a la boca de la caverna, Platón nos anuncia el revelador brillo de la Verdad, la Belleza y el Bien. Dos mil quinientos años después, se nos ha desvanecido esta seguridad platónica y de forma mucho más interesante son las sombras de la caverna las que constituyen nuestra realidad convirtiendo la verdad, la belleza y el bien en vórtices cuya complejidad tenemos que abordar con un espíritu menos dispuestos a descansar en los estable o esencial y listo para pensar en el movimiento propio del objeto de su deseo sensual, intelectual o transformador. De lo eterno e inmutable de Baudelaire nos queda la paradójica eternidad de lo transitorio, lo fugitivo y lo contingente.
Este texto tendrá cuatro partes. Una primera con el marco general se ocupa de establecer las bases de la comprensión de la naturaleza como sustrato siempre presente y del ser humano como objeto natural y sujeto de todo lo demás, incluida una profunda transformación de la propia naturaleza; la segunda estará dedicada a la verdad tanto como correspondencia entre proferencia y objeto, como en su versión metafísica de desvelamiento propuesta por Heidegger o como absoluto propuesto por Hegel, sin perder de vista la verdad como éxito de James o como cumplimiento de promesas de la tradición judía; la tercera parte se ocupa de la belleza y el arte como expresiones máximas del refinamiento humano en sus sentidos de consuelo, lección de vida y libre juego de las facultades como proponía Kant. Sin dejar de lado la división entre arte y belleza que produce el efecto de dotar de caracteres morales a obras sin pretensión de agradar; finalmente, la cuarta parte se ocupa del bien con sus implicaciones éticas, morales y legales como mecanismos de homeostasis social. Será inevitable especular sobre el estado actual de desequilibrio y cómo encontrarlo de nuevo.
© Antonio Garrido Hernández. 2018. Todos los derechos reservados. All right reserved.